Todo en la cinta parece encajar hasta que un final precipitado provoca que el enorme globo se desinfle.
Se acerca el día de los Óscar y el fenómeno vuelve a repetirse. Como ya sucediera en años anteriores con Pequeña Miss Sunshine o con Juno, una película modesta en pretensiones y carente de estrellas de enormes egos, se cuela entre las favoritas de la academia dando con ello una nueva oportunidad para que el cine independiente se luzca entre sueldos desorbitados.
Este año la suerte ha recaído en la cinta inglesa Slumdog Millionaire del director Danny Boyle, cineasta de indudable talento cuya carrera ha dado lugar a interesantes proyectos (Tumba abierta; Trainspotting su espaldarazo internacional...) y a comprensibles batacazos (La playa).
Ganadora de cuatro Globos de Oro, la dura historia cumple, a simple vista, con todos los requisitos para alzarse con un gran número de premios adicional (de hecho aparte de los Globos ya lleva unos cuantos a sus espaldas: Toronto, British Independent Awards...). Esta, nos lleva a las chabolas de Bombay, donde Jamal (Dev Patel) es detenido por presunto engaño dado que está a una pregunta de conseguir un bote millonario en un programa de televisión. Conforme la policía indaga en cómo nuestro protagonista ha llegado tan lejos contestando a preguntas que escapan a su condición de chico de la calle, Jamal nos va narrando su vida.
Cámara en mano, el director se adentra en la primera parte del filme en los barrios más pobres de Bombay, cediendo el protagonismo, como ya hiciera en Millones a los niños, mostrando sin cortapisas la realidad del país en toda su crudeza. A medida que la narración avanza, la realidad se transforma en una especie de relato esperanzador con historia de amor incluida, ampliando si cabe las aspiraciones para la obtención de un puñado más de premios. Y es que el triunfo de los perdedores siempre ha sido muy del gusto de la Academia, más si el afán de superación es mezclado con lugares exóticos.
Pero dejando premios a un lado Slumdog millionaire ejerce, gracias a la mano diestra de su director y al elenco de actores desconocidos por la audiencia, un poder hipnótico, transportando al espectador a las callejuelas de La India, donde la picaresca campa a sus anchas en un intento por sobrevivir a tanta pobreza. Y es justo en este tramo del filme donde, a través de flashbacks que nos llevan al presente y pasado de Jamal, alcanza las cotas más altas: todo en la cinta parece encajar hasta que un final precipitado provoca que el enorme globo se desinfle debido a la elección de un atajo que obliga a recorrer el camino más cómodo.
De este modo, esta pequeña gran producción ofrece las dos caras de La India, una terrible repleta de violencia y otra amable, de la que también forma parte una estupenda coreografía que acompaña los créditos finales.