Pensado y elaborado para que parezca amateur, deslabazado, torpe, su mayor error es que en muchas ocasiones no lo consigue.
El auge del género documental y del abaratamiento de las técnicas y medios de rodaje están dado lugar a interesantes variantes cinematográficas. Es posible grabar una película con una cámara semiprofesional de no muy alto coste y posteriormente, mediante técnicas de postproducción y laboratorio, pasar esas imágenes a 35 milímetros, el formato de proyección estándar en la mayoría de las salas. Tampoco olvidemos que paulatinamente se están incorporando a esas mismas salas medios de reproducción digitales que permiten proyectar desde un soporte digital físico tipo DVD con una calidad y textura (perdónenme los puristas) cercanas al clásico celuloide. No diremos nada de cuando estas salas de proyección ya ni siquiera reciban un soporte físico con la película, sino una señal que emitir sobre la pantalla.
Tal y como cambió la literatura cuando aparecieron la máquina de escribir y los bolígrafos, el cine está cambiando gracias a los soportes digitales. Como dirían los pedantes, se está democratizando. Pero nada más lejos de la realidad. El hecho de que cualquiera pueda coger una cámara y rodar hasta completar noventa minutos coherentes de una historia no lo convierte en un cineasta, así como rellenar unos cientos de páginas relatando unas vivencias más o menos comprensibles no te convierte en novelista. La historia completa de mis fracasos sexuales es un ejemplo de ello.
Siguiendo la estela de la exitosa Borat (2006, Larry Charles), el cineasta independiente Chris Waitt plantea un falso documental acerca de su propia vida sentimental. A medio camino entre la cinta protagonizada por Sacha Baron Cohen y la saga American Pie, Waitt visita a todas sus ex-novias indagando los motivos de su fracaso. Así construye un personaje desastroso, patéticamente adolescente, incapaz del más mínimo esfuerzo por organizar su vida en contraste frente a las mujeres de su misma edad con las que estuvo y que ya han encauzado las suyas de un modo normalizado.
Hay que reconocerle al realizador un gran ingenio para encontrar la hilaridad en las situaciones más normales o en los diálogos más sencillos, así como un elevado desparpajo que le permite mostrarse desnudo en varias ocasiones e incluso sometiéndose a alguna vejación sexual. Lástima que el encanto de la propuesta se venga abajo una y otra vez durante la filmación porque en muchas de las secuencias se adivina la preparación del proyecto: en los encuadres, en el montaje, en el ritmo de los personajes que han tenido que repetir la escena, en la más que evidente formación actoral de algunos de los protagonistas...
Como decíamos al comienzo de este comentario, no basta con limitarse a grabar. Es necesario una estructura narrativa, una sintaxis en la que apoyarse para conseguir el objetivo que se consigue, sobre todo con la risa. La historia completa de mis fracasos sexuales es un film pensado y elaborado para que parezca amateur, deslabazado, torpe. Su mayor error es que en muchas ocasiones no lo consigue. Como se dice en teatro: "Hay que ensayar mucho para poder improvisar."