La película va perdiendo solidez e interés a medida que nos acercamos al final.
Michael Berg (David Kross) es un adolescente berlinés que al salir de la escuela un día, tras un problema de salud, se encuentra con Hanna (Kate Winslet), una mujer que ronda los treinta años y que le ayuda a recuperarse. Más tarde, el niño le lleva un ramo de flores en agradecimiento, naciendo a partir de ahí una relación amorosa que deberán vivir en secreto, debido a la diferencia de edad entre ambos.
Cuesta desgranar algo más del argumento de The reader, ya que se corre el riesgo de revelar demasiados datos de una historia que gana enteros cuanto menos se sepa de ella al entrar en la sala de proyección. Sin embargo, deberíamos señalar que esta transcurre a lo largo de unos cuarenta años –durante la segunda mitad del siglo pasado–, y que el personaje femenino principal oculta un par de secretos que irán cayendo como losas sobre el desprevenido joven que comparte el protagonismo con ella (y también con Ralph Fiennes, que interpreta a un Michael ya mayor).
El filme posee las características típicas de los productos que cada temporada por estas fechas se nos presentan como merecedores de alguna que otra nominación a los Oscars: ronda las dos horas de duración; nos ofrece un drama lleno de pasión –a su modo, eso sí– con la atención muy polarizada entre los dos personajes principales; se basa en una novela, en este caso del alemán Bernhard Schlink; los elementos escénicos están muy cuidados, dando una impresión de belleza que la música de Nico Muhly subraya hasta lo indecible en determinados pasajes; y por último, la realización academicista –que no rancia; y si no atiendan a los montajes en paralelo que utiliza en algunos momentos– de Stephen Daldry (Billy Elliot, Las horas) le proporciona el aura necesaria para convertirla en una cinta dramática de consistencia, de esas que emocionan al espectador medio.
Fijándonos en los temas a tratar, The reader nos habla en primer lugar del despertar sexual de un adolescente y de cómo le cambia la manera de mirar al mundo. Luego se nos habla de la obsesión, y de la madurez como elección y cambio necesario. Más tarde se da un giro radical –al menos aparentemente–, sumergiéndose en terrenos relacionados con una Alemania que aún a día de hoy sigue enfrentándose a los terribles fantasmas de su pasado. También se nos habla de la vergüenza personal a distintos niveles, y de la incapacidad para confesarla, aun a nuestros seres más cercanos. Por último, hay espacio para la redención lograda a través de la lectura.
Basculando entre la intención apenas oculta de conmover y una impresión final un tanto fría –heredada de la novela–, la película va perdiendo solidez e interés a medida que nos acercamos al final. Curiosamente, esa evolución coincide con una menor presencia paulatina de Kate Winslet, que una vez más vuelve a construir su personaje con una seguridad en sí misma y unos matices dignos de todos los elogios.