Pocos ojos podrían haber visto de igual forma qué podía llegar a ser Big Fish atendiendo al relato de Daniel Wallace "Big Fish, A Story of Mythic Proportions".
Se recreaba el escritor en una visión fantástica de la relación con su carismático padre que Tim Burton podía entender como nadie por esa mezcla exagerada que hay en él de adulto con niño soñador, propia de alguien que ha sabido defender un lugar dentro de sí mismo donde las cosas que hacen de la infancia ingenuidad y fantasía siguen siempre igual de vivas, y que le permitió una vez con Eduardo Manostijeras dar forma a uno de las narraciones más cautivadoras del cine contemporáneo.
Después del espectáculo de imágen de Sleepy Hollow -algo limitado por la archiconocida historia del jinete sin cabeza-, el innecesario remake 'El Planeta de los Simios' había escondido la gracia de una mano creadora que tenía mucho más que decir.
Pero gracias a la complicidad con Wallace, ahora esta historia que hace honor a su nombre original -por las proporciones míticas- nos devuelve al sitio en que las fábulas rozan con la realidad, y evita un nuevo mal innecesario al cine cuando Burton planificaba la continuación del despropósito simio.
Por fortuna, el argumento sacado de la frase de Wallace-padre ‘gran pez en una pequeña pecera’, contado bajo la sombra de duda natural ante la exageración sureña, brinda al público la inocencia perdida ante el que podría calificarse de 'cuento entre los cuentos'.
En una travesía empapada de la mejor tradición de la ficción americana clásica, transmitida por generaciones y que resuenan como ecos endulzados, se juega en tono entrañable con lo que hay de verdadero en lo imaginado, y cuánto aportan los sueños a quienes saben vivir en ellos.
El modo en que el hijo incrédulo asiste una vez más a las historias delirantes de su enfermo padre, es el mejor vehículo para que el ojo pragmático entienda qué se ha perdido al olvidar todo aquello que Burton siempre se ha preocupado de recordar, y como ejemplificado por medio de una difícil relación padre-hijo, la búsqueda de la verdad de los hechos -como señala el autor- priva del encuentro con la verdad emocional.
Porque quizá nunca hubo una cosa cierta "pero cada historia contada tiene un nivel más profundo de verdad detrás”. Y rendidos al deseo de participar totalmente de esas visiones , que nos hacen ser parte de su mundo, lo que fue y lo que pudo haber sido encuentran un punto común en donde todo parece posible, en donde podemos entender el sentido de los cuentos y lo que nos regalan, y cuánto nos hacen vivir aunque sea sólo -¿sólo?- emocionalmente