Cuando todo apuntaba a la retirada de Clint Eastwood como intérprete después de Million Dollar Baby (2004) debido la escasez de personajes con su edad y perfil, apareció el guión de Gran Torino en las manos de Robert Lorenz, el alma de Malpaso Productions, la productora de Eastwood. Nada menos que la historia de un jubilado de la industria del automóvil y veterano de guerra cuyo refugio frente a un mundo que no entiende es beber cerveza, mantener siempre a punto su rifle y abrillantar el Ford Gran Torino del 72 que guarda en su garaje.
Clint y Óscar, una extraña pareja
Resulta curioso comprobar como en un año en el que el director ha presentado dos excelentes películas, en la línea de madurez y denuncia que viene marcando su carrera de los últimos años, la Academia apenas las haya tenido en cuenta en las nominaciones. Únicamente la contenida interpretación de Angelina Jolie en El intercambio tiene el honor de aparecer en la parrilla de salida de los premios dorados. En la sofisticada política de la Academia del Cine norteamericana existen una serie de normas no escritas que hacen que la concesión de los premios resulten un compendio de corrección política, sistema de compensaciones comerciales, homenajes más o menos explícitos y/o revanchas para aquellos que no comulgan con su metodología. En cada una de estas circunstancias se dan casos como el que nunca una comedia haya sido candidata a mejor película, o los olvidos cometidos con Chaplin, Hitchcock y Woody Allen. O que Paul Newman recibiera antes un Oscar de homenaje que uno por una interpretación. Clint Eastwood ha ganado en dos ocasiones el galardón a mejor director y ya el año que presentó el díptico de Iwo Jima casi queda fuera de las nominaciones. Algo parecido sucedió con John Ford en los años 40, cuyos films eran nominados o ganadores sistemáticamente de los premios hasta que los académicos dejaron de incluirlos en la lista sin motivo justificado. La Academia parece sentir que ya ha recompensado a Eastwood lo suficiente y será difícil que su rostro vuelva a aparecer en las pantallas del Kodak Theatre.
La comunidad hmong, una deuda saldada
Un protagonista más en Gran Torino son los orientales pertenecientes a la comunidad hmong. Esta etnia, una de las reconocidas oficialmente por China, vive en una zona montañosa del sudoeste asiático y reparte sus ocho millones de habitantes entre China, Laos y Vietnam. Como nación apoyó a Estados Unidos en la guerra de Vietnam, lo que provocó que la mayoría de sus familias terminaran emigrando a Estados Unidos tras sufrir miles de bajas. La humildad y su carácter abnegado hacen que su presencia allí sea casi imperceptible. Conservador y seguidor del partido republicano, el realizador fue criticado por no incluir ni un solo soldado afroamericano en sus filmes sobre Iwo Jima. Quizá este hecho le llevo a insistir durante el periodo de producción de Gran Torino en contar con miembros auténticos de esta comunidad tal y como se relataba en el guión. El proceso de casting fue laborioso pues apenas hay una decena de personas de esta etnia inscritas en el Sindicato de Actores. Se hicieron pruebas en California, Minnesota y Michigan, hasta que Eastwood escribió en la foto de uno de los chicos testeados: “Adoro a Bee Vang”. El carácter abierto y encantador del chaval de 16 años atrajo al director y la diferencia de altura entre ambos, 1.65 frente al 1.90 de Eastwood, ya describía algo de la relación entre ellos en la historia. Cuando el equipo de casting llamó a Vang, residente en Fresno, para comunicarle la noticia, este se puso de rodillas y echó a llorar. Quizá sea la oportunidad para conocer a estos olvidados por la Historia.