Maratón interpretativo con Swinton, la cámara no se despega ni un segundo de la poderosa intensidad de su rostro.
La carrera de la actriz de origen escocés Tilda Swinton está fuertemente marcada por su físico. Poseedora de una gran belleza andrógina, su piel nívea, su gran altura y el hecho de ser pelirroja han hecho de ella una candidata perfecta a papeles alejados de la feminidad. Su formación teatral y la querencia por los riesgos interpretativos la llevaron a formar pareja artística durante varios años con el cineasta Derek Jarman, pero fue gracias a la película Orlando (Sally Potter, 1992) basada en la novela homónima de Virginia Wolf, cuando se dio a conocer internacionalmente.
Es natural que en su periplo como actriz Swinton buscase un personaje carnal, alejado de lo que había hecho hasta el momento, para contrarrestar el cúmulo de mujeres frías por el que es ampliamente conocida. De hecho, ganó el Óscar recientemente por Michael Clayton (Tony Gilroy, 2007) donde encarna a un personaje prototipo de los suyos. El rol que encarna en Julia responde a lo buscado por la actriz, al situarse en las antípodas de todo lo que había hecho hasta el momento: visceralidad, emoción, descontrol, gran sexualidad y feminidad.
Su largo metraje ofrece a Julia la posibilidad de contener dos cintas dentro. La primera, en la que se retrata detalladamente el caracter y situación de la protagonista, viene a ser el reverso oscuro de Quemar después de leer (Ethan y Joel Coen, 2008), curiosamente también protagonizada por la actriz en el mismo año, donde la estupidez de determinado segmento de población estadounidense, carente de cualquier referencia cultural y moral que no provenga de la absorción de miles de horas de televisión, les lleva a percibir el mundo como un entramado del que poder sacar algún beneficio mediante un delito del que consideran saldrán impunes por su astucia y coraje.
La segunda, una vez que la protagonista ha realizado el secuestro y cuyas consecuencias le llevan desde Los Ángeles hasta la frontera con México, se convierte en una revisitación de Amores perros (Alejandro González Iñárritu, 2000) en la que el realismo sucio y la violencia afloran aún con más intensidad que en los minutos anteriores. Es en esta segunda mitad donde el personaje de Julia alcanza su punto de inflexión, su transformación. Llevada a situaciones límite por su propia estulticia y ambición, Julia se verá obligada a elegir en el último segundo con qué carta quedarse, y es en este momento donde su instinto le lleva a optar por el primer rasgo de humanidad que aflora en su caracter en toda su existencia.
El realizador francés Erick Zonca afronta con valentía este maratón interpretativo con Swinton y no despega la cámara ni un segundo de la poderosa intensidad de su rostro. La cámara en mano y el uso de planos cercanos ayudan a crear la asfixia que requiere la narración en muchos de sus minutos, dejando que el transcurrir de los acontecimientos hable por sí mismo de la evolución del personaje, sin hacer subrayados de ningún tipo.