El domingo 8 de marzo ha supuesto la jornada de clausura para esta excelente muestra, con tres proyecciones de variopinto interés: 'Inju', de Barbet Schroeder, 'Vinyan', de Fabrice du Welz, y 'Underworld 3: La rebelión de los licántropos'.
Y también japonés es Ryhuei Kitamura, director de EL VAGÓN DE LA MUERTE. Kitamura viene a engrosar la lista de realizadores de esta nacionalidad especializados en el cine de terror. Con menos fortuna hasta ahora que alguno de sus compatriotas que han visto como sus películas han sido versionadas en Hollywood y ellos mismos contratados para otros proyectos, su introducción en el mercado americano ha llegado de la mano de Samuel L. Jackson, de quién el nipón se confiesa gran admirador.
Mucho tendrá que trabajar Kitamura para conseguir mejores resultados, pues, esta cinta, a pesar de contar con un par de secuencias que demuestran cierto virtuosismo técnico y elaboración visual por parte de su director, no tiene la entidad de la serie que sus coetáneos han ofrecido en los últimos años. En ella, un fotográfo buscando retratar el corazón de la ciudad descubre por casualidad la relación entre una serie de crímenes perpetrados en el metro y un corpulento carnicero que siempre viste un escrupoloso traje gris. Su obsesión por descubrir la trama le lleva a involucrar a su pareja y su mejor amigo, dando al traste con su carrera artística pero deparándole un futuro bastante alejado de sus intenciones iniciales.
La película más esperada de la tarde junto a Déjame Entrar (sobre la que hablaremos a continuación) era SURVEILLANCE, premio a la mejor película en la última edición del Festival de Sitges. Se trata de la segunda realización de Jennifer Lynch, hija del celebérrimo David (Twin Peaks, Inland Empire). Jennifer ha pagado el varapalo crítico que sufrió su ópera prima, Mi obsesión por Helena (1993), tardando quince años en poder dirigir otro largometraje. Después de ver Surveillance, por nosotros que tarde tres lustros más en volver a tocar una cámara.
La película cuenta un atractivo reparto que encabezan Julia Ormond, Bill Pullman y Michael Ironside, y plantea un escenario inquietante: dos agentes del FBI llegan a una pequeña población siguiendo el rastro sangriento de dos despiadados psicópatas, e interrogan a los testigos implicados en los crímenes mientras lidian con la desconfianza de la policía local. La historia es atractiva por cuanto rompe las expectativas del espectador en torno a lo que cabe esperar de los diversos puntos de vista planteados por los interrogatorios: nadie es lo que parece, y el desvelamiento del misterio plantea numerosas incógnitas tenebrosas sobre la naturaleza humana.
Pero pronto Lynch cae presa, como pasaba en Mi obsesión por Helena, de las extravagancias y los tics morbosos, sin sentido de la gradación ni verdadero talento por debajo de las ocurrencias. Tiene mala suerte David Lynch: no era esperable que la persona que iba a dejar en evidencia paródicamente algunos de sus peores rasgos como autor iba a ser su propia hija. Surveillance es alternativamente desagradable, irritante o cuasiestúpida, y salta a la vista que los actores se hallan de lo más incómodos en unos registros caricaturescos. Que ganase el premio gordo en el último Sitges, estando programadas muchas de las películas que estamos viendo en esta Sci Fi, es el mayor de sus misterios.
DÉJAME ENTRAR sí hizo en cambio honor a su condición anunciada de joya del pasado festival de Sitges, y ha sido uno de los mayores alicientes de esta muestra. El sueco Tomas Alfredson firma esta excelente película, ambientada en la capital de su país natal. En ella, Oskar, un niño de 12 años de padres separados y bastante débil, se ve constatemente acosado físicamente por un grupo de compañeros de clase. Oskar fantasea en soledad con una venganza violenta que nunca cometerá, hasta que conoce a una extraña vecina recién mudada a su bloque y de su misma edad, más o menos. Su peculiar amistad va creciendo encuentro tras encuentro, mientras que en la ciudad se cometen algunos extraños crímenes.
Oskar declara su amor a Eli a pesar de que ella le contesta en muchas ocasiones con enigmáticas frases acerca de su sexualidad o de la posibilidad de marcharse en cualquier momento. Cuando Oskar decide sellar con sangre su compromiso con Eli, descubre que ella es un vampiro. La pureza de su amor hace a Eli contener cientos de años de sed de sangre y vagar eterno para convertirse en alguien lo más cercano posible al niño que la ama.
Alfredson realiza una prodigioso ejercicio de contención dramática y dosificación del terror y los efectos especiales, renunciando a su espectacularidad y supeditándolos al rigor de la historia. Asimismo, muestra una sociedad sueca mucho menos estructurada e idílica de lo que el tópico dice, y construye un perfecto relato de vampiros bajo el más estricto de los respetos hacia su tradición literaria. Pero, sobre todo, ofrece al espectador una de las más delicadas historias de amor que se hayan visto en el género vampírico, cuya comparación con la reciente y exitosa saga Crepúsculo deja a esta última en una más que evidente situación vergonzosa.
Como la jornada del viernes, la de este sábado concluyó con otra gamberrada: SPLINTER. Dirigida por Toby Wilkins, hasta la fecha supervisor de efectos visuales y realizador televisivo, Splinter no es nada más (ni nada menos) que una cinta de serie B con monstruo que acosa a escasos personajes atrapados en un único espacio –en esta ocasión, una gasolinera-.
Reminiscente de títulos como La Cosa (John Carpenter, 1982), El Terror no tiene Forma (Chuck Russell, 1988) o Temblores (Ron Underwood, 1990), la película de Wilkins no aspira más que a hacer pasar un buen/mal rato durante sus escasos ochenta minutos de metraje, y lo consigue gracias a elementos tan primarios como efectivos: el carisma superficial de los personajes (una pareja de pijos universitarios y otra de fugados de la justicia), y la competente dosificación de los sustos y los momentos gore (la criatura parasita seres vivos, formando en ellos espantosos tumores astillosos que quiebran sus cuerpos).
No sabemos si Splinter se estrenará o no en los cines españoles, pero casi sería más lógica su distribución en DVD. Es la película ideal para ver un sábado bien entrada la noche, en compañía de amigos y con cantidades ingentes de pizzas y cerveza. Representa la faceta más lúdica y desprejuiciada del fantástico. Faceta que, cuando no ofende la inteligencia, como en este caso, puede llegar a procurar al aficionado sentimientos parecidos al de la felicidad.
Y hasta aquí la programación de la Muestra Sci Fi en lo referido al sábado 7 de marzo. En breve, las reseñas correspondientes al último día, domingo 8, en el que están previstas las proyecciones de Inju, Vinyan y Underworld 3: La Rebelión de los Licántropos.
[VIERNES, 6 DE MARZO]
Tras la exhibición el jueves por la noche de Watchmen, que suscitó tras su visionado todo tipo de encendidos debates entre la multitudinaria audiencia que disfrutó de la película, arrancaba el viernes 6 de marzo el grueso de la VI Muestra Sci Fi de Cine Fantástico, con una programación que cabría calificar como mínimo de potente: cortometrajes, Eden Lake, Martyrs, The Chaser y The Cottage.
La tarde se inició con la proyección de un capítulo inédito de BATTLESTAR GALACTICA, nueva versión de la serie homónima producida a finales de los años 70 a remolque del monstruoso éxito de La Guerra de las Galaxias. Con cuatro temporadas a sus espaldas y muy buena salud, algunos empiezan a considerar que esta remozada Galáctica bien podría devenir en el futuro un clásico televisivo como Star Trek. Por ahora, ya ha logrado diferenciarse para bien de su predecesora gracias a sus ambiciosos vericuetos argumentales, que apelan a temas tan candentes como los conflictos de religiones y el choque de civilizaciones.
Acompañó a este capítulo de Galáctica una selección de cortometrajes procedentes de la XIX Semana de Cine de Terror y Fantástico de San Sebastián. Que una muestra dedique una sesión al cortometraje es una buena noticia. Si provienen de uno de los festivales españoles especializados en el género, premio doble. Si la selección es competente y se proyecta en el orden adecuado, tenemos un buen bocado de este a veces menospreciado formato cinematográfico:
Rojo Red mezcla con valentía animación e imagen real. Los límites entre realidad y fantasía se mezclan en la mente de un niño que, apartado de la alfombra sobre cuyos dibujos juega, descubre en la calle que la realidad también está compuesta de fibras de tejido de los que puede tirar y destruir edificios o personas.
Advantage Satan explora los resortes del miedo a cielo abierto y por medio del sonido. Una pareja termina una noche alocada en una pista de tenis. Cuando se disponen a tener su punto de partido sexual son sorprendidos por el apagón de las luces y la emisión de una música infernal. Los intentos de huida son vanos y será a la mañana siguiente cuando el primer usuario descubra qué ha sucedido.
Cotton Candy es una ilustración de un cuento de Cortázar en el que se señala la fina línea entre la normalidad y la monstruosidad. Un anciano que vive en la particular pecera de su domicilio con la única compañía de un pez se enfunda un jersey de cuello alto. Al hacerlo, su cabeza y brazos quedan atrapados impidiéndole ver, alimentarse y moverse con normalidad. Esta situación le convierte en un ser deforme, hasta el punto de verse obligado derribar la pecera para poder beber algo con lo que sobrevivir.
Eel Girl es el segundo corto de Paul Campion, un técnico de efectos especiales, que gira en torno a la búsqueda humana del placer y lo prohibido. Cuando uno de los científicos se queda a solas en el laboratorio, no puede contener la sexual tentación de besar a ese extraño ser femenino que vigila, mezcla de anfibio y humana, cuya dentadura sugiere los más terribles y dolorosos placeres carnales.