Hacer un alarde interpretativo o algo con aire grandilocuente hubiera quedado fuera de lugar en quién siempre ha defendido lo contrario a lo largo de todos sus años de profesión.
Es necesario conocer algunas circunstancias de este proyecto para evaluarlo adecuadamente. Retrasado el rodaje de The human factor, la que parece será su próxima película como director y tras declarar que era muy difícil que volviese a actuar después de Million Dollar Baby, dada su edad y la escasez de papeles para su perfil, Clint Eastwood se topó con un sencillo guión de Nick Schenk que reunía algunos de los temas que más le interesan y le ofrecía la posibilidad de actuar de nuevo cubriendo el hueco de agenda por el retraso del rodaje previsto. Es encomiable que, rondando los 80 años, la consagrada estrella aún conserve este afán laboral.
En efecto, Gran Torino habla de la justicia, sin duda el asunto que navega por todas las películas del cineasta con más o menos profundidad. Kowalsky es uno de esos tipos duros, hijo de inmigrantes en la América de principios de siglo que ayudó a levantar la nación que hoy todos conocemos. Luchó en Corea y trabajó en la industria del automóvil, concretamente en Ford, actualmente en horas bajas por la competencia de los automóviles japoneses. Su escala de valores ha ayudado a alimentar a dos generaciones que ahora le dan la espalda o lo ven como una antigualla. Además, el barrio (el país, por extensión) está lleno de asiáticos que han adoptado sólo lo más superficial de sus costumbres, degradando todo lo demás.
Debido a un altercado en su jardín, Kowalsky salva fortuitamente a Thao (Bee Vang), un joven vecino, de una reyerta. Su familia, proveniente de la etnia hmong y muy tradicional decide que, en agradecimiento, Thao se ponga a las órdenes de Kowalsky una semana, para trabajar en lo que él le mande. Éste reniega de todos pero el espíritu humilde y trabajador del chaval le hace comenzar a apreciarlo. El intento de una banda callejera por captarlo hace que Kowalsky se preocupe aún más de mantener a Thao fuera de ese mundo. La intervención de Kowalsky tras una agresión de los pandilleros al chico precipita la violencia y será el veterano de guerra quién decida pasar a la acción para resolver el problema definitivamente.
El final de la cinta es más que esclarecedor respecto a las intenciones del autor: es una despedida. Eastwood se despide de su público, de su oficio como actor y, sobre todo, de la serie de personajes que, como Kowalsky, le llevaron a ser quién es en la actualidad. También es significativo que Eastwood se atreva a cantar los primeros párrafos de la canción de los créditos finales. Y lo hace en una película de extrema sencillez, incluso descuidada respecto a lo que suelen ser sus producciones habituales. Eastwood rodó la cinta en apenas treinta días, tres menos de los previstos. Hacer un alarde interpretativo o algo con aire grandilocuente hubiera quedado fuera de lugar en quién siempre ha defendido lo contrario a lo largo de todos sus años de profesión. Realmente, no hacía falta nada más.