Docudrama que agolpa escenas de acción y discusiones histéricas sin calado de ningún tipo
Parecen irrecuperables los tiempos en que el auge de los cines europeos estuvo ligado a la creatividad de grandes autores; artistas que revolucionaron el medio y (sorprendentemente desde el punto de vista de nuestro alienado presente) obtuvieron cierta repercusión popular. Esos tiempos, hace apenas cuatro décadas, en que a las genialidades de Federico Fellini, Ingmar Bergman o R.W. Fassbinder les correspondió un hervor social en el que se cuestionaban estructuras y convenciones, y se le pedía a la existencia algo más que el confort material y la espiritualidad de fin de semana.
Ahora, cuando se habla del boom de una cinematografía, se piensa en recaudaciones, cuotas de pantalla y estatuillas doradas. Se considera que una película es un acontecimiento cuando en su país de origen supera en el box office a Transformers, cuando uno de sus intérpretes acaba haciendo de villano en una entrega de 007, cuando trata temas de supuesta gravedad que son sistemáticamente reducidos a la mínima expresión de multisala y corrección política.
R.A.F. Facción del Ejército Rojo se adapta como un guante a este modelo de impostura cultural, y lo suyo resulta especialmente grave por cuanto pretende abarcar con las asépticas armas citadas una coyuntura histórica en la que sus planteamientos hubieran sido puestos en evidencia de inmediato, mientras que hoy la hacen acreedora de nominaciones varias y críticas de cuatro estrellas. ¿Qué pensar de nuestro presente ante semejante involución?
La historia de la primera etapa de la Baader-Meinhof (1967-1977), banda terrorista que puso patas arriba la frágil democracia alemana con crímenes violentos y proclamas incendiarias, se conforma como largo, extenuante docudrama que alterna escenas de acción y debates apenas esbozados sin continuidad ni calado de ningún tipo. Por mucho que actores y montaje hagan lo posible y lo imposible por simular una gran intensidad, y que la conjunción de documentos de la época y una ambiciosa dirección artística nos haga sentir, a veces, las contradicciones apasionantes de la coyuntura histórica como no puede lograrlo el guión.
Hubiera bastado con prestar atención a las filmografías de los dos máximos responsables de R.A.F. Facción del Ejército Rojo, para sospechar que el resultado iba a ser el que ha sido: el director Uli Edel es un mercenario errante, que cuenta entre su obra previa con títulos tan variados como Yo, Cristina F. (1981), Última Salida: Brooklyn (1989), El Cuerpo del Delito (1994) o productos de consumo televisivo como Las Brumas de Avalón (2001) y El Reino del Anillo (2004). En cuanto al co-guionista y productor Bernd Eichinger, es un superviviente nato a quien lo mismo le ha dado auspiciar películas de Wim Wenders (Falso Movimiento) que El Nombre de la Rosa, Los 4 Fantásticos, Las Partículas Elementales o la saga Resident Evil.
No se trata de que R.A.F. Facción del Ejército Rojo hubiese debido ser en sí misma un panfleto ideológico, una película que tomase partido por unos u otros o reverdeciese posiciones partidistas o falsamente revolucionarias. Pero no parece de recibo degradar lo que constituyó una razón de ser para generaciones de individuos muy cercanas a nosotros, y hacer de ello pasto de un sistema de consumo cultural cuya corrupción sigue justificando plenamente los postulados que se intenta adulterar para no intranquilizarnos demasiado, ahora que ya hemos abdicado de cualquier gesta que nos impida salir de copas o pasar un fin de semana en la playita.
En cierto modo, la película de Uli Edel no habla del pasado reciente, sino de nuestro propio tiempo. Y sus conclusiones son devastadoras.