El mayor logro de la producción es reflejar con acierto la alegoría que Saramago proponía desde sus páginas.
Considerada popularmente como la mejor novela del escritor portugués José Saramago, Ensayo sobre la ceguera es un relato de tintes apocalípticos donde una inexplicable epidemia convierte en invidente a gran parte de la población humana, sin que al parecer haya remedio para frenar o revocar la infección.
El brasileño Fernando Meirelles, ya plenamente integrado dentro de Hollywood tras el éxito que supuso en todo el mundo Ciudad de Dios (2002), es quien acepta el reto de trasladar a imágenes las palabras del Premio Nobel de Literatura de 1998. Tras la complejidad de la cinta que le dio a conocer al gran público −adaptando un libro de su compatriota Paulo Lins−, Meirelles había seguido demostrado que no se achanta ante los argumentos complicados con su siguiente cinta, El jardinero fiel (2005), de nuevo basándose en un texto literario, en esta ocasión de John Le Carré.
A ciegas nos sitúa en una ciudad indeterminada que, al parecer, se convertirá en el punto focal de aparición de la misteriosa enfermedad que dejará sin vista a los seres humanos. A partir de ahí somos testigos de cómo los infectados son recluidos en unos tétricos pabellones que se transformarán aceleradamente en campos de concentración donde predomina la ley del más fuerte, y donde la lucha por la supervivencia será el máximo imperativo cada nuevo día.
La película, como la novela, analiza a través de determinadas circunstancias el tipo de comportamiento que viene asociado a la condición de ser humano, con todas las bajezas de las que puede ser responsable en un momento determinado, aunque también con los −más escasos− resquicios de bondad que casi todos albergamos. El análisis de esta hipotética sociedad resulta escalofriante por momentos, demostrándonos una vez más que debajo de la capa de humanidad se halla una bestia pugnando por salir a la superficie.
El mayor logro de esta producción consiste en reflejar con acierto la alegoría que Saramago proponía desde sus páginas, una metáfora de todas las sociedades con lecturas a nivel político, psicológico y filosófico. La esencia no se ha perdido, y este descenso a los infiernos de la humanidad se torna más inquietante a cada minuto que pasa, exponiendo de forma brutal y cruda la fragilidad que sustenta nuestra civilización.
Pocas pegas pueden ponerse a la tarea de Meirelles, un director fascinado por los ejercicios de estilo con contenido social y político. A lo largo del metraje asistimos a decisiones artísticas poco convencionales: se recurre a fundidos a blanco, tomas desenfocadas, oscuridad casi absoluta en determinadas escenas, o a puntos de vista extraños para realizar la composición de cada plano. El brasileño se ve asistido en su labor por el fotógrafo uruguayo César Charlone, cuyo tratamiento plástico de la imagen −predominan los colores quemados y degradados− otorga momentos de notoria brillantez visual a este retrato de un mundo sumido en el caos.
Por lo demás, los actores cumplen con su cometido −destacando Julianne Moore−, aunque la voz en off del personaje interpretado por Danny Glover pueda resultar irritante en ciertos momentos, al subrayar pensamientos o sentimientos que ya se pueden intuir en la pantalla. De todos modos, ya sabemos que no siempre puede escaparse a la tentación de usar ese recurso en una adaptación literaria, aunque sea racionándolo.