Cuando aún colea en la cartelera la sosita "Seabiscuit", llega a las pantallas "Océanos de fuego" con otro protagonista cuadrúpedo como eje central del relato. Ambos films destacan el afán de superación personal por encima de todo, lema que levanta pasiones en Estados Unidos de manera exultante.
Con "Océanos de fuego" el fin es el mismo, pero envuelto en aires épicos y dotado de todos los ingredientes que se necesitan para convertir este filme en una modélica producción de aventuras en el sentido más clásico del género.
Es curioso que su director Joe Johnston, que comenzó trabajando en los efectos visuales de "La guerra de las galaxias" o "En busca del arca perdida", y que debutó con "Cariño, he encogido a los niños", no haya utilizado en esta ocasión todas sus artes (y las de la industria light and magic) en beneficio de la taquilla, ylógico pensar que lo ha hecho en beneficio de la historia. Acaecida ésta a finales del siglo XIX, el argumento gira entorno a la grandiosa carrera de 4.800 kilómetros de desierto arábigo a la que se somete un cowboy de sangre india acompañado de su caballo Hidalgo. Su enorme fuerza de voluntad les obligará a enfrentarse con duras pruebas, sorteando todo tipo de trampas a lo largo de la dura travesía.
Es una pena, sin embargo, que la engrosada galería de tópicos que se tiene del mundo musulmán reste verosimilitud a la trama. Según avanza el metraje van surgiendo dudas acerca de la conducta de ciertos personajes, pero el mejor modo de disfrutar de una película de estas características es dejar a un lado la lógica y concentrarse en lo más importante: que el casi acabado cowboy deje con un palmo de narices a los ricos jeques árabes. "Océanos de fuego" sigue la línea habitual del género: los malos son muy malos, hay una la pequeña colaboración del musulmán graciosillo, un enfrentamiento(no del todo cristalizado) de dos mujeres por el héroe, y la obligada complicidad entre compañeros (el cowboy Mortensen y su inseparable caballo Hidalgo).
Si todo ello se adereza con un paisaje de ensueño(la fotografía sabe sacar provecho de las preciosas dunas), se obtiene lo que pretende desde un principio, el entretenimiento puro y duro, la identificación con el héroe de turno y que sus 135 minutos de duración se nos pasen como un suspiro.
Buen espectáculo para un sábado por la tarde.