Su trama una vez desvelada carece de originalidad, y la empatía por alguno de sus personajes queda cercenada por una apuesta total por un relato de amor.
Primer largometraje para cine escrito y dirigido por Cao Baoping antiguo profesor de la Escuela de Pekín, lo que a priori debería ser una garantía de calidad ante la nómina de directores salidos de esta institución. Esta cinta consiguió el premio Altadis en el pasado Festival de San Sebastián, una prueba más de cómo la industria del tabaco y el alcohol, desalojadas de la televisión y de otros soportes publicitarios masivos, se ve obligada a refugiarse en eventos de este tipo para promocionarse. Quién piense que el cine se beneficia de este hecho se equivoca. Sólo se beneficia el festival en concreto, que consigue los ingresos de un patrocinador a cambio de unos minutos de presencia en los medios. Diferente sería si estas empresas diesen ayudas a la producción de largometrajes, pero eso es más arriesgado y tiene mucho menos impacto publicitario.
La narración comienza de una manera poderosa al presentar personajes y situaciones altamente inconexos. En un alarde de utilización del recurso llamado in media res, es decir, comenzar la narración de un hecho tiempo después de que este haya empezado, los primeros veinte minutos de la cinta transcurren con gran interés pues no se logra vislumbrar por donde conectarán todas las trayectorias narrativas. A pesar de que la estructura fragmentada de la narración ha sido muy explotada desde la gran Vidas cruzadas (Robert Altman, 1993) hasta la reciente Lejos de la tierra quemada (Guillermo Arriaga, 2009), es un recurso que funciona sin excepción, dado el carácter unificador de nuestra forma de pensar, mediante la cual completamos con nuestra aportación personal aquellas partes de un todo que no conocemos.
El verdadero riesgo de este tipo de narrativa viene después, cuando los factores se ordenan, las historias y personajes se encuentran y surge la trama lineal originalmente oculta. Aquí es donde La ecuación del amor y la muerte se viene abajo, pues su trama una vez desvelada carece de originalidad y la empatía por alguno de sus personajes y su particular historia queda cercenada por el director en una apuesta total por un relato de amor con lejanos aires a las filmadas por Kim Ki-Duk o Wong Kar Wai.
Nos quedamos entonces con la intensidad de la interpretación de Xun Zhou, que encarna a la taxista con gran energia. Zhou es una famosa actriz en su país aunque aquí la hemos visto poco y quizá sólo algunos la recuerden por Balzac y la joven costurera china (Sijie Dai, 2002). Sí se percibe un retrato urbanita de la vida diaria de aquel país oriental completamente alejado del tradicionalismo al que estamos acostumbrados y, desgraciadamente muy de pasada, la denuncia del movimiento que está viviendo cierta parte de la población rural por llegar a los bienes de consumo mediante la delincuencia.