Ben Stiller no va a poder hacer nunca un drama. No podrá ejercer de toxicómano en rehabilitación, de inmigrante sin empleo o de víctima de una enfermedad degenerativa. Mucho esfuerzo le costaría hacer que el público olvide sus caracterizaciones de payaso involuntario, esos permanentes embrollos en que acaba siempre metido víctima de una suerte caprichosa que le pone permanentemente en la más incómoda de las situaciones.
A pesar de tener varias actuaciones desde entonces (como ‘Los padres de ella’ con Robert de Niro), y otra a la vuelta de la esquina (‘Duplex’ junto a Drew Barrymore) siempre será el personaje farreliano de ‘Algo pasa con Mary’, de quien en cierta manera ha mantenido tanto los rasgos que podría decirse que es siempre el mismo, sólo que metido en distintas historias.
Aquí, su unión con Jennifer Aniston se hace precisamente con las formas perdidas de quienes hace no mucho tiempo evidenciaban carencias de agotamiento con ‘Pegado a ti’, porque el humor escatológico de siempre regresa para incomodar más a Stiller, y lograr la risa fácil de un público que empezaba a olvidar estas particulares transgresiones tomando el testigo de las marranadas rentables.
No obstante, no son estas el único instrumento de humor aunque puedan ser el más efectivo. Los secundarios, incluyendo a Alec Baldwin o al loser de Philip Seymour en el papel de repulsivo mejor amigo, participan a la hora de formar ese cuadro absurdo equivalente a su manera al torrentino universo español: con un estilo diferente formado por lo teóricamente arquetípico estadounidense, saca el lado de alegre esperpento como puede hacer Segura y su entorno, y se convierten en la excusa para todo lo demás. Porque aún sabiendo desde muy pronto cómo acabarán la trama, los tropezones, indigestiones y todo el repertorio de torturas que retuercen la dignidad del protagonista hacen sufrir y disfrutar con situaciones reales concentradas hasta el desahogo final.
Y puede que sí, que un día decida hacer una película diferente y que consiga credibilidad en algún drama. Pero incluso en el más descorazonador de sus papeles, el más triste de sus golpes provocará alguna inevitable carcajada.