Multitud de homenajes al cine de ciencia-ficción y de terror de los años 50.
Mientras la industria de la música se devana los sesos intentando paliar el derramamiento de beneficios por la piratería y el intercambio de ficheros P2P, parece que la industria del cine ha encontrado una solución a corto plazo que puede salvarle del desplome. Y lo ha hecho echando mano de un viejo gadget que hizo furor en los años 50 y que luego quedó reducido a pura anécdota: el cine en 3D o estereoscópico.
En esta ocasión no será necesario recortar las gafas con un plástico rojo y otro azul para conseguir el efecto tridimensional. La técnica ha avanzado y, aunque sea inevitable el uso de las antiparras, éstas son mucho más sofisticadas que aquellas que regalaban en las revistas y periódicos cuando en TVE les daba por programar una película en 3D durante la sobremesa del sábado. El efecto tridimensional es sobrecogedor y además, la definición y detalle de los distintos planos ópticos en cada escena es de una veracidad sorprendente.
Carambola. Además de que el espectador sale ganando en la experiencia del visionado se consigue que el público tenga que venir a la sala ineludiblemente a ver el espectáculo. Por muchos filtros que se le ponga al proyector doméstico jamás se conseguirá el efecto tridimensional de la sala de cine. Es decir, chantatachán, las peliculas en 3D no se pueden piratear. Y ahora deberían oírse de fondo el clin-clin de las copas de champán de los ejecutivos de las compañías que se han lanzado como fieras hacia este formato: Pixar y Disney, con su próximo estreno Up (Pete Docter, 2009), la 20th Century Fox con la llegada de Avatar, el anheladísimo nuevo film de James Cameron; y la Paramount Pictures y Dreamworks detrás de Monstruos y Alienígenas, la cinta que nos ocupa.
Pero siempre hay un pero. Todas las salas de exhibición no están preparadas para este nuevo modelo de proyección. En España, país que presume por ser uno de los más punteros de Europa en cuanto a tecnología de proyección en sus salas, sólo dispone hoy día de unos cincuenta cines preparados para tal tarea. La culpa la tienen los cien mil euros que cuesta aproximadamente adaptar el sistema de reproducción, coste que muchos de los exhibidores no están dispuestos a asumir por sí solos. El triunfo del formato probablemente pasará por un acuerdo entre productoras y exhibidores para asumir este coste hasta la llegada de los beneficios. El público mientras tanto puede estar tranquilo. Cada película se estrena sólo con un diez por ciento de copias para el formato tridimensional, el resto irán en formato tradicional, lo que garantiza su exhibición masiva. En el caso que nos ocupa nada menos que quinientas copias en formato normal y cincuenta en tridimensional.
Pero no descuidemos a los anfitriones de este comentario. Monstruos contra Alienígenas es una comedia en la que sus autores han sido muy conscientes de la apuesta que supone su creación. No sólo contiene las escenas típicas que muestran las virguerías de que es capaz la novedosa técnica, sino que en su guión hay multitud de homenajes al cine de ciencia-ficción y de terror de los años 50 que entronca entrañable e inteligentemente su revolución digital con la original técnica de la que se beneficia. Godzilla, El ataque de la mujer de 50 pies, Ultimatum a la tierra y todas las sagas de monstruos del pantano y científicos locos aportan su latido a esta producción generosa y diverta que, una vez más, no olvida a ningún segmento de edad del público al que entretener. Serán estos entrañables monstruos nacidos en el siglo XX los que, como el visionado en 3D, tengan que salvar al cine y su público de los malvados alienígenas futuristas y digitales: las descargas y la piratería. La metáfora está ahí.