Chun-Li acaba convertida en una poderosa amenaza de poderes desoladores… para acabar con la poca esperanza en las adaptaciones videojuego-cine.
Capcom, la compañía responsable de algunos de los mayores éxitos del videojuego, ha decidido tomar cartas en el asunto de las adaptaciones de sus franquicias a cine. La situación muy posiblemente era necesaria, viendo la desproporción de los resultados en la explotación de sus marcas en uno y otro sector. Con Resident Evil plegada a los contoneos de curvas de Milla Jovovich y tratando de reprimir el recuerdo de la primera adaptación de la serie que nos ocupa (Street Fighter, 1994, Steven E. de Souza), la idea parecía por tanto de lo más razonable.
Incluso recientemente, con una entrega animada de sus aventuras contra no-muertos bajo el nombre Resident Evil Degeneración, parecieron atender a una de las sugerencias que desde el sentido común emitíamos quienes contemplábamos absortos la degradación a la que sometían algunos desaprensivos a sus marcas. A saber, realizar una versión con los propios recursos de sus videojuegos y que permitiría explotar el lado más cinéfilo que estos tenían y velar ellos mismos por el resultado. Aunque a la hora de materializar la propuesta el resultado demuestre que ahí tampoco hay nada que hacer.
Posiblemente lo mejor era que el zapatero volviera a lo de los zapatos, que se dedicaran a los juegos y que trataran de hacer lo mejor que sabían. Al fin y al cabo, ahí parecen tener sus propios problemas y demasiados retos que atender: cómo renovar Resident Evil tras una quinta parte que se desinfla asombrosamente desde un inicio arrollador, o qué podrán hacer en el futuro precisamente con Street Fighter, cuando todo lo que han conseguido con la cuarta parte ha sido gracias a mantener esencialmente lo que se logró en la segunda hace más de quince años, aplicando un lifting y poco más ante una falta de vías alternativas alarmante.
Toda esta introducción, en la línea de las normas de estilo que en Fanzine Digital pretenden dar cohesión a sus textos y alejarlos del caos blogger que inunda la red, sirven únicamente para dar formato a una crítica dando vueltas sobre una afirmación que, por rotunda, no debería esconderse más: Street Fighter, la leyenda (“de Chun Li” omitida en la traducción), con o sin Capcom implicada, es un bodrio mayúsculo. Una injuria al cine perseguible por vía penal. Un motivo justificado para asaltar la cabina del proyector, para prender en llamas la sala de cine, para maldecir con ira el éxito que alcanzaron las batallas de Ruy, Ken y compañía si uno de sus malévolos efectos secundarios iban a ser asistir a esta ignominia al llamado –en una nefasta generalización– séptimo arte.
Por otro lado, detenerse a exponer todos y cada uno de los motivos para estas sutiles afirmaciones y enumerar los defectos que jalonan esta obra con regularidad asombrosa a partir del primer cuarto de hora, resultaría tan agotador como innecesario, quebraría la longitud máxima de texto sugerida en esas mismas normas de estilo, y sería en definitiva un ejercicio desproporcionado de profesionalidad en comparación con lo que cuatro diletantes amateur (incluyendo a Andrzej Bartkowiak como realizador, responsable de Doom), han aplicado al otro lado de la pantalla.
En algunos tramos, uno se descubre entre suspiros buscando las secuencias que debieron mutilarse para pretender agilizar. Algo obligado al presenciar emboscadas o escenas de acción sin ningún sentido ni coherencia argumental, planteadas súbitamente sin encadenado posible con la toma anterior. Como ejemplo valen las lecciones de lucha recibidas por Chun-li, el personaje del juego en el que se centra la película (algo que da para estar en contacto con la sensibilidad femenina de la guerrera y enfocar algunas voces en off con la magia propia de un anuncio de compresas). Estas aparecen y desaparecen de la trama en momentos imposibles, síntoma de que el encargado de montaje -que previamente ha permitido una total descompensación en los paseos de la susodicha en su esquizofrénica búsqueda de su destino-, es igual de aficionado en esto del cine que el resto.
Alcanzado cierto punto, el resistir hasta el último minuto de metraje es una tentación morbosa por ver cómo semejante desequilibrio en la estructura puede afectar al desenlace. El argumento mucho antes habrá quedado reconducido a una parodia: la niña rica a la que una china disfásica conduce a oriente en búsqueda de su padre perdido, durmiendo por las calles desnutrida y falta de varias duchas, hace plantear dudas que sólo incoherencias mayores logran acallar cuando discurre la proyección. La trama policial paralela, mutilable fácilmente por inconsistente, sobreactuada y absurda (como todo, y ese quizá sea el único rasgo de coherencia), contribuye a esa curiosidad con dudas añadidas: qué hace falta para que un equipo técnico trabaje de esa manera, qué marca de bebidas espirituosas consumían durante el rodaje.
Al final, Chun-Li, interpretada por la discreta actriz que daba réplica al Superman adolescente de la serie televisiva, acaba convertida en una poderosa amenaza de poderes desoladores… para acabar con la poca esperanza en las adaptaciones videojuego-cine. Algo que nos hace dudar cómo dos soportes tan próximos encuentran tantos problemas para entender sus propias características y para ver en sus materializaciones la debida autonomía y unos mínimos de dignidad.