Las reflexiones en torno a los peligros de los radicalismos religiosos y las ideologías extremas suenan a excesivamente impostadas.
El impacto producido por los atentados contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, así como los acontecimientos posteriores, han dejado una profunda huella en la sociedad norteamericana y en el resto del mundo en general. Lógico es, por tanto, que el cine deje entrever en sus fotogramas alguna de las duraderas marcas que han quedado grabadas en la mente de la población del globo.
Traidor supone el debut a la dirección de Jeffrey Nachmanoff, y nos presenta a un supuesto terrorista islámico (Don Cheadle) que es investigado por un agente especial del FBI (Guy Pearce), con vistas a determinar si realmente forma parte de la violenta organización a la que se le asocia, o si por el contrario es un infiltrado con el objetivo de desarticular la red. Por desgracia esta incertidumbre, interesante en un principio a modo de premisa, se viene rápidamente abajo en cuanto cualquier espectador se pone a hacer cábalas y a pensar con lógica.
Como thriller, Traidor se construye principalmente sobre la persecución a la que es sometido el terrorista Samir, pero también sobre su delicada posición en el entramado de la organización islamista a la que pertenece. Una vez que se desvele su verdadero rol en la trama, queda un buen tramo de cinta dedicado a la resolución de los malvados planes de los árabes en suelo estadounidense.
Suenan ecos de productos en la misma onda, todos ellos aún recientes en nuestras retinas, como Syriana (Stephen Gaghan, 2005) o Expediente Anwar (Gavin Hood, 2007). Sin embargo, las reflexiones en torno a los peligros de los radicalismos religiosos y las ideologías extremas suenan a excesivamente impostadas, dentro de un marco de convencionalismos y previsibilidad que acaban por convertir en un lastre las casi dos horas de metraje, sobre todo en el tramo inicial, cuando la acción escasea.
Se aprecian los momentos en que el filme se recrea en describirnos cómo se preparan los atentados, cómo se recluta a los futuros terroristas suicidas o qué tipo de contactos se establecen entre las diversas células ocultas. Ahí se nota que se ha querido tomar más en serio de lo habitual a los extremistas, logrando en líneas generales (aunque no siempre) escapar airosos de la clásica polarización entre héroes y villanos.
Lástima que la firmeza de su construcción dramática se venga abajo cerca de su conclusión, con una resolución francamente inverosímil para una trama que prometía mucho más. Pese a todo, la sensación general no es mala, manteniendo entretenido al cualquier espectador medianamente interesado en el cine de acción con toques de política, y contando con dos valores seguros en la interpretación como Don Cheadle y Guy Pearce, que sirven de firme soporte a una película digna pero mejorable.