Su mérito reside en la labor de la pareja principal, efectiva baza de la cinta que podría haber dado más de sí si el guión hubiera estado a su altura.
El Camino de Santiago, escenario escasamente explotado por cineastas de nuestro país, sirve como telón de fondo de esta comedia romántica del director Roberto Santiago. En ella, un fotógrafo y una periodista deben hacerse pasar por pareja sentimental para realizar un reportaje de investigación sobre un gurú argentino, quien por dos mil euros arregla las crisis sentimentales a lo largo de una gran caminata. Junto a otras parejas, ambos iniciarán un viaje que les hará plantearse sus relaciones.
Su director ha elegido con acierto a su pareja protagonista para embarcarse en esta aventura, aunque su elección no sorprenda lo más mínimo. Fernando Tejero era la opción más natural, convirtiéndose así en su actor fetiche tras haber trabajado con él en sus dos filmes anteriores (El penalti más largo del mundo y El club de los suicidas). Lo de Malena Alterio parecía la consecuencia más lógica dado que este dúo ha proporcionado a la pequeña pantalla altas dosis de complicidad y sonoras carcajadas con Aquí no hay quien viva.
Todo parece indicar que el producto debería generar esos ingresos que tanto se nos resisten en nuestra machacada industria, y después de echarle un vistazo puede que esta vez nos llevemos el gato al agua. Decimos esto porque Al final del camino ha resultado ser una comedia simpática de las que se disfrutan con una sonrisa durante todo el metraje. Su mérito reside en esa labor de la pareja principal, efectiva baza de la cinta que podría haber dado más de sí si el guión hubiera estado a su altura.
Así pues, Roberto Santiago -cuyos primeros pinitos en el mundillo hacían presagiar que su cine iba hacia otros derroteros tras su corto Ruleta o con su primer largo Hombres felices- no ha querido arriesgarse un ápice y nos ofrece en su cuarto filme una agradable comedia costumbrista limitada a sus protagonistas, haciendo que echemos en falta la refrescante vis cómica del desaprovechado Diego Peretti, y acusando cierto empalague de Javier Gutierrez, un actor desaprovechado al limitarse a interpretar un estereotipo irritante en algunas escenas. El resultado queda en la simple función de hacernos pasar un rato distraído sin mayor trascendencia, ya que la química Tejero-Alterio no basta para sacar adelante toda una producción a la que le ha faltado más de originalidad e ingenio. Únicamente queda esperar que Tejero nos sorprenda algún día con un papel alejado de el terreno por el que habitualmente circula, sabiendo que no sólo con decir el guión gritando se hace comedia. Al final del camino se deja ver fácilmente y se olvida del mismo modo, pero por lo menos se abandona la oscuridad de la sala con una sonrisa, algo que en tiempos de crisis no es poco.