Los diálogos y los personajes son de una veracidad y ternura desarmante. El respeto por el mito vampírico nacido de la literatura de Bram Stoker, absoluto.
El estreno de esta cinta cuando está aún vivo el éxito de la primera parte de la saga Crepúsculo (Catherine Hardwicke, 2008) nos ofrece un inesperado ejercicio comparativo entre dos modos de entender el cine, de hacerlo, mejor dicho. Ambos aportan una visión revitalizadora de la leyenda vampírica, una de los mas fructíferos en el cine al tratar preocupaciones inequívocamente humanas: la inmortalidad, la ruptura de las convenciones, la búsqueda del amor...
La franquicia comenzada con la película de Hardwicke y basada en las novelas de Stephanie Meyer es la perfecta recreación de un género adaptándolo a las necesidades de un producto comercial destinado a un público muy determinado. En ella, los vampiros han pasado a ser una especie de superhéroes donde sus facultades, lejos de suponer un problema para su vida normal, son virtudes aprovechadas para, por ejemplo, ser extremadamente célebres en el instituto. Como si en lugar de ser originarios de Transilvania lo fuesen del planeta Krypton. La maquinaria de producción hollywoodiense ya tiene diseñada toda la franquicia, que aumentará su espectacularidad gradualmente. Será todo un éxito y no hay nada que reprocharle. Se crean y ruedan así para ello.
La película de Tomas Alfredson nace de la fascinación del director por la novela de su compatriota John Ajvide Lindqvist, una esperanzadora historia de amor ante todas las adversidades. Oskar y Eli viven en un suburbio de Estocolmo bajo un frío glacial. El es un enclenque, un perdedor fruto de un matrimonio deshecho al que maltratan sus compañeros que sueña con venganzas en la soledad de su habitación. Ella es una vampira con serias dificultades para alimentarse y sobrevivir. Ambos tienen 12 años.
En la producción de Déjame entrar todo esta orientado a conseguir el resultado mas fidedigno con el menor dinero posible. Las escasas escenas de acción y efectos especiales fueron colocadas y diseñadas pensando en su impacto narrativo ya que no podían ser asombrosas. Los diálogos y los personajes son de una veracidad y ternura desarmante. El respeto por el mito vampírico nacido de la literatura de Bram Stoker, absoluto. Prueba de ello es el propio titulo de la cinta y de una de las secuencias mas delicadas y emocionantes vistas en los últimos meses, la que refleja el trasfondo moral que habita en el mito: los vampiros tienen que ser invitados para relacionarse.
El espectáculo de masas o la obra de arte. El producto que satisface momentáneamente o el que perdura en nuestra memoria tocando nuestra esencia. El modelo de producción estadounidense o el europeo. Ambas maneras de entender el cine, de hacerlo, son válidas. Aspirar o intentar competir con la primera desde la perspectiva española es vano y estúpido. Alcanzar la calidad de la segunda como en el largometraje que nos ocupa es una cuestión de trabajo y talento, algo que respecto a nuestro cine ha denunciado esta misma semana el escritor Juan Marsé. Sin embargo, habrá quien se escueza con sus declaraciones como habrá quien se lance tontamente a Internet para intentar descifrar lo que Oskar le dice a Eli en código Morse en la ultima imagen de la película, sin entender que cada uno debemos completar ese puzle con nuestra particular pieza.