En un camino perdido, en el silencio de frondosos bosques, allá donde el hombre apenas ha puestos sus pies, los habitantes de una cabaña salen de ella regularmente para hacerse con todo aquello que cae en sus cercanías.
En esa zona concreta, en lo que podría coincidir con el kilómetro 666 de una carretera hacia ninguna parte, tanto podía vivir un Jeeper Creeper como el carnicero de sierra eléctrica de la matanza tejana. Porque la inspiración es la misma, la desprotección del viajante, la víctima de un error tan inocente como acabar en un lugar equivocado.
Aunque lo cierto es que eso acaba por importar poco, ya que no resulta especialmente dramático ver a un depredador acabando con personajes plásticos cuya vida importa lo mismo que la de los ciervos que encuentran muertos entre montañas.
Rob Schmidt, director de escasa trayectoria (Asesinato en Suburbia, Saturn) se pone al servicio de un ultrapremiado Stan Winston (cuatro Oscar ni más ni menos, artífice de efectos visuales de Parque jurásico, Terminator 2. El juicio Final y Aliens) para una nueva jornada de matanza irrelevante. Los solos logros de la recreación del paraje natural apropiado para ambientar la cacería de los monigotes hacen menos de lo justo, más cuando estos resultan blandos comparados con otros monstruitos recientes.
Ni que decir tiene que en ningún caso llegan a crear una atmósfera similar a la de la obra de Tobe Hopper, incluyendo el remake que en poco tiempo se estrenará en nuestro país.
La falta de pulso, de empatía con cualquiera de los que acabarán víctimas de un festín sanguinolento, se agrava con la escasa aportación del susto más simplista que aquí aparece con especial torpeza y carencia de intensidad. Cuando alguno de los entes grotescos llegan a provocar risas con sus carreritas colegiales, o cuando se contempla el salvajismo como un documental de la National Geographic, es que algo está fallando. Aunque los amantes del miedo en la desprotección, pasen sus momentos de tibio acongojamiento pensando qué podría pasarles si su coche queda inutilizado en mitad de la nada.
Porque ahí nunca funciona el movil.