El título original de esta cinta (The young Victoria) se ajusta bastante a lo que vamos a poder presenciar durante la duración de la misma: un retrato de los años de la joven Victoria, justo antes, durante y un poco después de ser coronada reina de Inglaterra con apenas 18 años. Por tanto, pese a la impresión que de completo biopic se pudiera dar en el título con que se ha estrenado en nuestro país, se dejan en el tintero buena parte de los más de sesenta años de reinado de una de las figuras más destacadas de la realeza británica.
Martin Scorsese produce un film dirigido por el canadiense Jean-Marc Vallée (su anterior C.R.A.Z.Y. data de 2005) siguiendo un libreto elaborado por Julian Fellowes, que ya se había encargado de similares labores en otros sólidos productos de época como Gosford Park (Robert Altman, 2001) o La feria de la vanidades (Mira Nair, 2004).
“¿Nunca te sientes como una pieza de ajedrez en una partida que se juega contra tu voluntad? A mí me pasa constantemente.” La aseveración, en boca de la protagonista, sirve para dejar constancia de su situación: heredera de un trono al que prácticamente es demasiado joven e inexperta para acceder, Victoria deberá aguantar las manipulaciones que tanto sus familiares como políticos de diverso signo intentarán ejercer sobre ella, sabedores de la importancia de tenerla bajo su control.
Sin embargo, ella no dudará en mantener las distancias adecuadas con aquellos personajes que no pueden reportarle ningún beneficio, intentando sobrellevar las intrigas palaciegas e imponiéndose sobre el signo de los tiempos.
Dejando a un lado la importancia histórica de su reinado –no en vano acabó dando nombre a toda una etapa histórica de su país–, La reina Victoria se centra principalmente en el romance que mantuvo con el príncipe Alberto, primo lejano suyo, y que finalmente terminaría por ser su esposo, sin cargar demasiado las tintas sobre la parte más edulcorada pero tampoco obviándola (al menos es un cambio respecto a la imagen de anciana avinagrada que se ha solido transmitir de ella).
En general nos encontramos ante un argumento que nos sitúa habilidosamente en la época que quiere retratar –con un diáfano retrato de los diferentes bandos implicados en los vaivenes de la política y la realeza–, sin pasar por alto todo tipo de detalles, pero que a medida que va transcurriendo el metraje apenas deja la sensación de entretenimiento y de satisfacción ante un trabajo bien realizado –aquí toca glosar la magnífica ambientación: fotografía, decorados y vestuario al unísono–, pero algo vacío de emociones y partidista en su retrato.
Destacan igualmente las interpretaciones de Paul Bettany, Miranda Richardson o la frescura y vitalidad de la propia Emily Blunt que encarna a la protagonista, aunque en este último caso su atractivo choque frontalmente con la escasez del mismo en la auténtica reina.
En resumidas cuentas, un drama romántico de época, sólido en sus pretensiones pero con algunas carencias que evitan que el espectador medio se entregue completamente a su visionado.