Sí se mantiene entre los trasvases que no convierten todo en una caricatura con la excusa de su origen de cómic.
Puede que el buen aficionado al cómic tenga motivos para esperar que de cada traslado al cine de los X-Men se obtengan resultados brillantes, historias apasionantes y épicas a mayor gloria de sus icónicos personajes. Les sucederá que además Lobezno, por su rol destacado y por haberse convertido Hugh Jackman en estrella de primera fila, hace pensar que su spin-off debe estar a la altura de los mejores momentos que la saga ha vivido en el cine, en la que encuentran el principial motivo para creer: las cosas se han hecho sorprendentemente bien en el global.
Es por ello que a la hora de embarcarse en la precuela, posiblemente olviden los excesos cometidos con su protagonista sin necesidad de salir de las propias viñetas ni muchas de sus tramas de entintado macilento, reutilizado sin sonrojo hasta la saciedad para decir demasiadas cosas y contar demasiadas aventuras como para que aquello siguiera teniendo sentido. Algo que por obligación le acaba sucediendo a cualquier serie de cómic que se precie, lo que hace que antes o después, tras innumerables intentos de revitalización por nuevos guionistas, adaptaciones a los tiempos modernos, etcétera, todos deben terminar siendo repetitivos con una única salida a su condena: la muerte. Destino éste que ha obligado a gente de la talla del Hombre de Ácero hasta el Capitán América, a darse un paseo por el otro barrio, cargar las pilas, y volver una y otra vez a llenar de magia delirante las cabezas de sus infatigables lectores.
Con esos excesos de por medio, pero sobre todo, recordando desgracias como las que han padecido otras franquicias (cuesta creer que Los 4 Fantásticos contentara a alguien) o las espeluznantes aportaciones de tipos como Mark Steven Johnson (El Motorista Fantasma, Dare Devil) juzgar a Lobezno tan negativamente como muchos han hecho parece por tanto algo caprichoso. Porque no estará a la altura del ritmo y emoción alcanzada en X-Men -especialmente en su segunda parte-, porque los diálogos de Benioff y Skip Woods no serán como los de El Caballero Oscuro, y porque, sobre todo, adolecerá en muchos tramos una falta de pulso en que a Gavin Hood tras la cámara se le pierde el ritmo sin aportación emocional que justifique sus lagunas.
Pero dejando a un lado estos defectos y los que asumimos ya inevitables chirridos argumentales cuando se trata de trasladar un cómic (la explicación pueril de la pérdida de memoria de Lobezno nos hace recordar que ni en El Caballero Oscuro los Nolan supieron cómo justificar la alianza de Dos Caras y Joker), sí se mantiene a esta producción en la entre los trasvases que saben defender una dignidad y que no convierten todo en una caricatura con la excusa de su origen (por mucho que alguna sí se escape), y brinda acción donde debe, con un ritmo que ni llega a cargar ni decepciona, y en que la técnica da el espectáculo visceral lo que se le puede pedir a toda película de acción.
Obligada a descansar sobre las espaldas de un solo personaje, Hugh Jackman es el tipo ideal para tal labor, al que sus malabarismos promocionales le han rentado doble puesto que contrastar su visión carismática, afable y en perpetua sonrisa con el tipo torturado y dolorido al que interpreta le hace crecer en su consideración como actor. Su unión a Liev Scheriber funciona holgadamente pero sin florituras, y reduce otras aportaciones (véase Gámbito) a anécdotas casuales a las que parece haberse planificado poco recorrido.
Es por ello fácil concluir que sin optar a puestos de podio, X-Men Orígenes: Lobezno, queda en una cómoda situación en el cruce de viñetas y celuloide, algo que en otros sectores como el videojuego todavía queda lejos. Quizá sea más temible que tras una trama tan ambiciosa en recoger flecos biográficos, haya que atender a la segunda precuela que obligada por la recaudación ha confirmado la productora. De ella firmaríamos sin dudarlo que tenga el mismo nivel que la que nos ocupa.