Nada innovador, y puesto en su contexto, para nada hilarante o simplemente divertido
Tras el éxito de la serie televisiva Hannah Montana, los directivos de Disney han decidido que el personaje dé el salto a la gran pantalla, con la intención de aprovechar al máximo a nivel económico la popularidad de la joven cantante Miley Cyrus, hija de aquel Billy Ray Cyrus que quedó grabado en el inconsciente colectivo después de que su pegadizo himno country Achy breaky heart –posteriormente masacrado en su versión española por Coyote Dax– alcanzara puestos importantes de las listas de éxitos.
La película nos sitúa a Miley intentando compaginar su existencia como simple adolescente con su alter ego de deslumbrante estrella del pop –en un juego por ocultar su identidad digno de cualquier superhéroe al uso–, pero finalmente viéndose desbordada por su popularidad y siendo exiliada temporalmente (apenas un par de semanas) por su padre en la pequeña población rural de Tennessee que la vio nacer. Allí una Miley vanidosa y frívola deberá aprender lecciones de humildad y recordar todo aquello que es importante en la vida, siempre desde el edulcorado prisma de Disney, claro está.
Aunque es destacable que al menos se intente romper ese modelo de niña pija materialista, fanática de la moda y el maquillaje en favor de una mayor naturalidad, también es cierto que la cinta se entrega sin rubor al cine familiar menos trabajado, mostrándonos una serie interminable de tópicos que provocarán el rubor en quienes vean la superficialidad de sus conclusiones, y la vergüenza ajena al ver cómo se desarrollan sus propuestas.
Sin ir más lejos, las escenas que quieren pasar por más destacadas a nivel cómico nos muestran a dos niñas ricas peleándose por un par de zapatos caros; en otra hay un tipo que ha comido una sustancia muy picante y echa mano del cuenco de un perro para refrescar su garganta; posteriormente, durante un banquete vemos cómo unos trozos de langosta van dando tumbos por todo el comedor, mientras un escurridizo hurón provoca que un alcalde enseñe los calzoncillos... Nada innovador, y puesto en su contexto, para nada hilarante o simplemente divertido.
Para rematar la faena, son múltiples las actuaciones musicales de uno u otro tipo que van salpicando el metraje, actuando de poco disimulado reclamo publicitario para los discos de la protagonista, que elabora una música tan sencilla y poco profunda como la producción que nos ocupa.
Al fin y al cabo, estamos ante un subproducto de consumo rápido entre una parte de los adolescentes, que aquí son tomados de un modo excesivamente pueril por los responsables del guión, o al menos eso se deduce viendo la calidad de los gags y la poca imaginación invertida.