Cuando la realización de Michael Winterbottom se impone a los designios del guión escrito por él mismo en colaboración con Laurence Coriat, 'Génova' nos brinda lo mejor de sí misma.
Hace dos o tres semanas, una amiga me hacía partícipe de su tristeza: recién iniciada una historia de amor con la cual se había ilusionado como hacía años no le pasaba, se ha visto obligada a cortarla de raíz porque el hombre que la inspiró se casa en otoño con otra mujer. Mi amiga ha preferido no seguir enturbiando la existencia planificada de aquel con quien ha compartido veladas inolvidables, y tampoco quiere prestarse a un estatus de “buena amiga” que considera ofensivo. “Después de perdernos en los ojos y los labios del otro durante horas, ¿vamos a transformarnos en ese tipo de conocidos que terminan sabiendo el uno del otro a través del facebook y los correos en cadena?”, comenta con un sarcasmo que no oculta su desesperación.
La ausencia ya definitiva de aquel a quien ama todavía, la ha sumido en un peculiar estado anímico. Me cuenta que algunas mañanas se levanta de excelente humor, eufórica, pensando que su relación frustrada es al menos una señal de que aún no está acabada sentimentalmente, como había dado por hecho. Otras en cambio su ansiedad es incontrolable, está totalmente segura de que en cuanto baje a la calle va a encontrar a su amor perdido esperándola y se van a fundir en un abrazo eterno. Las más, se pregunta con incredulidad si de verdad la vida va a continuar sin un mayor sobresalto, si los momentos de éxtasis que vivió con aquél ya son historia y ahora hay que conformarse con hacer la compra, acudir al trabajo, tratar con familiares y amigos entre quienes casi siempre se siente alienada, y sentir cual hierro al rojo una infelicidad y un miedo que hasta conocerle había logrado controlar, convertir en parte de su rutina, y que ahora han reverdecido en su corazón como malas hierbas salvajes.
Génova es una película sobre la ausencia de los seres queridos y los sentimientos que inspira tal circunstancia, en su mayor parte los descritos por mi amiga. Marianne (Hope Davis) muere en un accidente de tráfico. Su marido Joe (Colin Firth) y sus dos hijas, la pequeña Mary (Perla Haney-Jardine) y la adolescente Kelly (Willa Holland), se mudan a la ciudad italiana de Génova, esperando que el cambio de residencia les ayude a superar la desaparición de Marianne. Joe se centra en las clases que empieza a impartir en la localidad y en atender a sus hijas, y siente la tentación de entablar una nueva relación sentimental con una vieja amiga de sus tiempos universitarios, Barbara (Catherine Keener), así como con una de sus estudiantes. Mary y Kelly exploran la ciudad, sus callejones y sus playas; Mary se siente muy sola y culpable por el accidente de tráfico, por lo que no es de extrañar que, dada su corta edad, empiece a tratar con el fantasma de su madre. Mientras, Kelly, que no quería mudarse, trastea con nuevas y peligrosas amistades buscando en la diversión un refugio a su pena.
Es muy poco más lo que cuenta Génova, y aunque ello haya desesperado a numerosos críticos, responde a una intención muy honesta del director británico Michael Winterbottom (El Perdón, Código 46, Tristram Shandy, Camino a Guantánamo, Un Corazón Invencible) por no cargar las tintas melodramáticas en el retrato de este grupo familiar sin norte. Su cámara, como siempre impresionista y nerviosa, deja constancia de cómo los momentos de diversa gradación emocional (especialmente un temor inconcreto) por los que pasan los protagonistas del film, van difuminándose en ese conjunto que llamamos existencia, a la que son ajenas las componendas narrativas y las epifanías catárticas. De hecho, si algún defecto tiene la película, es precisamente el de aspirar en su último tercio a un desenlace apañado que la emparenta con cualquier tv movie.
Es, por tanto, cuando la realización de Winterbottom se impone a los designios del guión escrito por él mismo en colaboración con Laurence Coriat, que Génova nos brinda lo mejor de sí misma. Los cinéfilos ya saben a estas alturas que Winterbottom ha transitado casi con cada una de sus películas un género cinematográfico, siempre con un estilo que podríamos tachar como propio de un “turista accidental”: aquel capaz de cartografiar cualquier terreno y deducir de él cuatro coordenadas clave por contemplarlo sin mojarse, desde el aire, con una curiosidad que nunca va a devenir obsesión. En este aspecto, el director británico representa ejemplarmente nuestra manera presente de abordar la vida, a la vez desapegada y respetuosa. Cuando Gilles Lipovetsky definió al hombre hipermoderno de hoy como “simultáneamente más informado y más desconcertado, más adulto y más inestable, menos ideologizado y más adepto a las modas, más abierto e influenciable, más crítico pero más superficial, más escéptico y menos profundo”, parece que estuviese pensando en el cine de Winterbottom. Que puede gustarnos o no, pero que sin duda ilustra como pocos –y Génova al respecto es modélica— una sensibilidad que se respira en el ambiente.
Otra cosa es que las criaturas de ficción que pueblan Génova hayan de continuar, terminado el metraje, soportando sus particulares noches oscuras del alma, más o menos disimuladas bajo el adagio asertivo de que “la vida sigue”. Como mi amiga tendrá que simular durante los próximos meses muchas sonrisas, para demostrarle al mundo que cree en esa necedad que nunca sabemos lo que nos depara la vida por aquello de que “da muchas vueltas”. Mientras por dentro le corroe el pensamiento de que sí, la vida da muchas vueltas, pero siempre en la misma dirección: la ausencia.