Sobria en su puesta en escena, la cinta logra capear el temporal gracias a la labor de sus protagonistas.
La interesante y bizarra Más extraño que la ficción del inclasificable Marc Foster consiguió reunir a dos portentos como son Dustin Hoffman y Emma Thompson en algunas de sus escenas. La corta experiencia pareció sentarles bien, porque el fenómeno ha vuelto a repetirse erigiéndose en esta ocasión como verdaderos protagonistas en una temática mucho más ligera que la de su anterior encuentro.
Nunca es tarde para enamorarse, con un título que hará dudar a más de un espectador si entrar o no a la sala, borda el ya manido romance otoñal pero desde una óptica alejada del empacho almibarado que tan frecuentemente nos brinda el género de la comedia romántica. Su director Joel Hopkins opta, en una decisión que hay que agradecerle, por un estilo sofisticado, digno de la altura de esta pareja. Eso, a pesar de que su argumento no es ni mucho menos el colmo de la originalidad.
El personaje interpretado por Hoffman es un músico de melodías televisivas que debe acudir a la boda de su hija en Londres. Al llegar percibe el alejamiento con su hija, que alcanza el punto de que ésta haya decidido que el hombre que la ha de llevar al altar sea su padrastro. A punto de perder su trabajo y frustrado por el desencuentro, Harvey como padre ausente conocerá Kate (una imponente hompson) como inglesa de mediana edad con problemas para relacionarse con el sexo opuesto, que sufre el síndrome de la madre depresiva.
Una vez puestos en situación acerca de los personajes, aunque el director no quiere ahondar en demasía sobre su pasado, estas dos almas solitarias tendrán una nueva oportunidad para rehacer sus vidas partiendo del día que ambos comparten. En su curso, la ciudad de Londres se convierte en un personaje más al ser testigo de los largos paseos en que la pareja intenta superar sus inseguridades en un mundo que no parece tener reservado para ellos nada interesante. Así, a falta de un buen plantel secundario -a la desaprovechada Kathy Baker se le une la escasa eficacia narrativa del intento de relación entre la madre de Kate y su vecino polaco, en escenas que se nos antojan de lo más absurdas- Londres personifica la luminosidad que no desprenden los demás personajes, aportando por el camino una elegancia inusual.
Resulta más que evidente que Nunca es tarde para enamorarse no estaba destinada encumbrarse en la historia de la comedia romántica, y ni siquiera logra arrancar sonrisas en la platea a pesar de que su director lo intente en numerosas y fallidas ocasiones. Pero distante y sobria en su puesta en escena, la cinta logra capear el temporal de la indiferencia gracias a la labor de sus protagonistas, un efectivo duelo interpretativo que suple un guión endeble cuya importancia reside en lo que no se dice.