Tratar la última producción dirigida por Mel Gibson libre de juicios religiosos o intentando pasar de puntillas por el significado personal, siempre dependiendo de las creencias de cada espectador, es un difícil ejercicio para el que habría que eludir aspectos básicos en cada cinta como son la trama y la relación de esta con su credibilidad. Sí se puede no obstante, en base a los conocimientos generales inculcados de forma casi universal, hablar de la forma de trasladarlos en superproducción y analizar el grado de realismo que se ha logrado dar a la hora de tratar el últimos día de Jesucristo.
Aún así, acotar el análisis a esos extremos lleva a un recorrido escaso puesto que la polémica está presente desde varios frentes, con demasiado peso cultural que evidencia cómo todo lo relacionado con esta historia –sin entrar a cuestionar su realidad- es de actualidad casi dos mil años después, y cómo su relevancia sigue siendo prioritaria para muchos grupos sociales a lo ancho y largo del mundo.
Principalmente han sido los colectivos judíos los que han puesto el grito en el cielo ante estas casi dos horas de inhumana tortura. La visión de Gibson toma una de las vertientes posibles que pone a las autoridades eclesiásticas judías como principales artífices de la crucifixión, tenaces perseguidoras de la muerte de un considerado blasfemo –y no hay que olvidar que estos no comparten la postura católica del papel de Jesucristo-, y a la que hay que añadir estudios teológicos que entre varias hipótesis niegan la sola posibilidad de que estos le condenasen a muerte por simple balsfemia. Otra de las vías que los expertos han considerado más posible, es la de una mera connivencia o silencio ante la postura romana, y que dejaría a los fariseos en un segundo plano. Además, esta vía tomada, parte de lo que es considerado por muchas de las víctimas del antisemitismo como el inicio de ese movimiento, la primera de las muchas invectivas contra ellos.
Dejando de un lado su punto de vista, el del espectador medio estará claramente marcado como ha quedado reseñado por sus convicciones personales. Quien crea que ese acto de sacrificio de Dios por los hombres encarnado en su hijo, tuvo lugar para salvarnos de alguna forma, sufrirá lo indecible con cada uno de los cientos de impactos y atroces destrozos al cuerpo del elegido, sentirá como propios los jirones de carne rota en sangre, y hará más comprensibles las muertes que con efectos de ayuda en marketing ha causado la película desde su estreno en Estados Unidos.
Pero quien lejos de esta perspectiva, contemple el maltrato constante a un ser inocente, se debería ver afectado por mera humanidad ajeno a una sinrazón que ni tratará de plantearse. Cómo un padre todopoderoso puede permitir el extremo sufrimiento de su hijo, maquinado por él, orquestado por frutos de su creación, y con el objeto de redimirlos en vez de condenar con eterno sufrimiento su pecado en justificable sed de venganza, serán cuestiones a olvidar, defendibles sólo bajo el manto religioso y todo aquello que el dogma le quita a la razón.