Los conflictos absurdos se van amontonando y resolviendo sin ton ni son, para desesperación del espectador.
Siguiendo con la lamentable tradición que se ha instaurado en los últimos años, el tráiler de Fighting, puños de asfalto logra convertir en innecesario su visionado. Allí se nos narra en apenas dos minutos cómo el joven Shawn MacArthur (Channing Tatum) llega a la ciudad de Nueva York, donde sobrevivirá en las calles a base de trapicheos, hasta que Harvey (Terrence Howard), un manager de peleas ilegales en el corrupto circuito del boxeo sin guantes, se decida a explotar su talento para la lucha.
Tras unos cuantos combates, Shawn irá aumentado su caché hasta casi convertirse en un luchador estrella, teniendo que enfrentarse finalmente a su chulesca némesis, un antiguo conocido que también anda metido en el mundillo. Por el camino, para rellenar un poco el metraje, le espera también el romance, un enfrentamiento con los fantasmas del pasado, así como algún que otro conflicto con su manager.
De esos dos minutos de tráiler, a la hora y cuarenta que dura finalmente, la película ha perdido muchas cosas. La descompresión de los acontecimientos hace que apenas presenciemos cuatro combates, dos muy breves y otros dos en medio de un desierto de acción (la última lucha, casi anticlimática, llega después de más de 35 alargadísimos minutos donde los conflictos absurdos se van amontonando y resolviendo sin ton ni son, para desesperación del espectador). Por tanto, quienes esperen más acción saldrán francamente decepcionados, pues Fighting, puños de asfalto se presenta como un filme de acción orientado a esos jóvenes obsesionados con su cuerpo que quieren ver en la pantalla grande muchas dosis de golpes propinados por masas de esteroides andantes, así como coches de lujo y mujeres de buen ver (y poca ropa). En Rompiendo las reglas (Jeff Wadlow, 2008) la combinación lograba contentar al menos a ese sector del público, aunque el resto probablemente la encontraran irrisoria.
En este caso, no obstante, Dito Montiel ha querido inyectar algo del costumbrismo que sobrevolaba Memorias de Queens (2007), su debut en la dirección, aunque trasladando el paisaje de fondo al barrio del Bronx. Por eso se empeña en desarrollar a sus personajes, aunque sea a base de tópicos manidos, y no siendo capaz de poner en sus bocas ni una sola frase que no suene a mil veces oída ya. Como resultado, el transcurso de la trama es plano, rebosante de diálogos sin pegada, y para colmo aliñado con un romance lleno de sentimentalismo que tampoco es digno de ser recordado.
Habrá quien compare la evolución del protagonista –respaldado por un Terrence Howard cuya presencia resulta a la postre de lo poco salvable– con la de Karate Kid o Rocky, pero no nos engañemos: en la época en que ambos títulos se convirtieron en míticos, esta discreta Fighting, puños de asfalto habría salido directamente a ocupar las estanterías de los videoclubs de nuestro barrio.