Un producto plomizo en el que cuesta entrar ya desde el arranque.
Tres años después del entretenimiento incompleto que supuso la primera entrega de Noche en el museo, vuelve a nuestras pantallas el vigilante jurado Larry Daley (Ben Stiller) para ofrecernos una nueva ración de personajes históricos que reviven por las noches en el Museo de Ciencias Naturales de Nueva York.
En esta ocasión todo hacía prever que el resultado podía, como mínimo, mantenerse al mismo nivel que la entrega precedente, permitiéndonos al menos pasar un rato ameno en el tramo inicial antes de caer en el aburrimiento y el absurdo posterior. No en vano repite la plana mayor del reparto (Owen Wilson, Robin Williams, Ricky Gervais), a quienes hay que agregar a cómicos eficaces como Hank Azaria o Bill Hader, así como el magnetismo de la pujante Amy Adams.
Sin embargo, si restamos el factor sorpresa y consideramos el poco brío que los guionistas han empleado para elaborar el argumento, nos topamos con un producto plomizo en el que cuesta entrar ya desde el arranque. Las figuras históricas amigas del protagonista van a ser trasladadas a los archivos federales del complejo museístico Smithsonian de Washington –debido a una reforma para modernizar su ubicación inicial, que los sustituirá por hologramas–, pero algo saldrá mal en el proceso y pronto tendremos a Daley viajando a la capital norteamericana para evitar que el malvado faraón Kahmunrah domine el mundo.
Partamos de la premisa de no tener en cuenta los múltiples ataques a la coherencia que se producen a lo largo del filme –sobre todo en lo relativo al funcionamiento de la tablilla egipcia que va reviviendo a los personajes históricos–, y centrémonos en la parte que intenta entretener al espectador con una aventura ligera donde no haga falta pensar demasiado. Ahí es donde nos topamos con los actores ya conocidos y los que se unen en esta segunda acometida, manteniendo sus personajes a flote a duras penas gracias a su carisma, ya que el guión los desaprovecha a todos.
Por ejemplo, la presencia de Amy Adams –destacada como único punto a salvar por la mayoría de críticos– resulta tremendamente cargante, ya que insiste una y otra vez en usar unos gestos, una pose y un vocabulario que se atragantan con rapidez. Le echaremos la culpa al siempre aborrecido doblaje en español, pero nos tememos que ni eso vale esta vez.
El enfrentamiento entre los héroes y los villanos –reforzados con Iván el Terrible, Napoleón o Al Capone (que se entienden sin problemas hablando en inglés con el vetusto faraón)– se va alargando previsiblemente en interminables escenas. Mientras tanto, tratamos de disfrutar del eficaz uso en general se ha dado a los efectos visuales, o de los escasos momentos realmente cómicos que salpican el metraje: el asalto del soldado romano a la Casa Blanca, la aparición de Darth Vader, el “homenaje” a 300, o el guiño final a la telefonía móvil, justo cuando empiezan los títulos de crédito.
Pese a todo, Noche en el museo 2 no logra escapar de su condición de comedia limitada, para ver con los más pequeños de la familia. Los espectadores más críticos oscilarán entre el aburrimiento, el bochorno y el (escaso) entretenimiento. Y quien espere que le enseñen algo de historia de un modo ameno, por supuesto, saldrá echando pestes.