Hace ya muchos años, demasiados, la televisión era un mundo en el que se daba cabida a la imaginación y al buen gusto. Aquello contribuía a que las mentes infantes de aquella época desarrollasen la capacidad de aprender a elegir, ya que, con la mitad de canales, había el doble de oferta. La generación de los 70 aprendió a vivir viendo programas infantiles y cuasieducativos, en vez de el continuo traqueteo del marujeo ambulante de este país. Por entonces entre otros héroes cómicos de la tele, surgió Scooby doo, un extravagante perro que a pesar de su inutilidad y de su cobardía se dedicaba a resolver una infinidad de misterios en compañía de unos amigos.
Ahora, el dibujo convertido en efecto especial, se enfrenta a su segunda aventura en la gran pantalla en formato de imagen real. Esta vez, en la inauguración de un museo del crimen o misterio, un terodáctilo roba unos disfraces obedeciendo órdenes de un enmascarado. A partir de ahí comienzan a surgir extraños monstruitos excusa para que Scooby y Shaggy quieren mostrar su valía. Los demás tendrán que lavar la imagen injustamente mancillada de MISTERY INC.
Obviamente, esta es una película de sala repleta de público infantil, el cual se conforma con cualquier inocente broma de tal forma que una caída de morros es una carcajada casi mortal. Con una fórmula de más de lo mismo respecto a la anterior, repiten efectos especiales, monstruos, villanos y los 5 protagonistas: Scooby, Shaggy, Fred, Daphne, Velma y Patrick.
Obviamente, la interpretación de los actores no pasará a la historia (el que mejor actúa, es un animal creado por ordenador) y tampoco será recordada por su humor o por su excelente argumento. Podría sacarse la conclusión de que la cinta sobra. Pero en el fondo, siendo su única intención entretener a los más pequeños de la casa, y viendo que a ellos les gusta se puede afirmar que ha conseguido su objetivo. Eso sí, absténganse mentes adultas de acudir a la proyección sin la obligación de acompañar a un niño.