Es curioso comprobar como, en los últimos años de historia de Hollywood, las aparentemente indomables almas del cine contracultural han acabado doblegándose ante las crematísticas directrices del sistema de estudios y el cine más comercial. Charles Bukowski, precisamente en un libro llamado “Hollywood”, describía este proceso con cínico laconismo en la figura de Barbet Schroeder, por entonces un realizador que aspiraba a encontrar su propio hueco en la industria sin vender sus principios al mejor (o al menos, al primer) postor.
Unas décadas más tarde, el otrora insobornable director de Maitresse ha terminado firmando películas como Asesinato, 1, 2, 3 al servicio de Sandra Bullock. El tiempo, por tanto, ha dado la razón a Bukowski: la ciudad de los sueños no es la cuna más adecuada para los espíritus libres.
Pero Schroeder no es sino un caso más. Pocos conocen que tras películas tan inofensivas como Una pandilla de pillos, Crossroads o Mi rebelde Cookie se encuentran talentos (los de Penelope Spheeris, Tamra Davis y Susan Seidelman) que firmaron hace años películas tan personales e incluso subversivas como el documental The decline of the western civilization, Guncrazy o La chica de Nueva York. Entre ellos, encontramos el curioso caso de Todd Philips, saludado hasta hace poco como uno de los máximos representantes del cine underground, y responsable hoy, apenas unos años más tarde, de una comedia tan popular como Starsky y Hutch, protagonizada por el dúo Ben Stiller y Owen Wilson.
Hay que reconocer que, de todos modos, a Philips le aguarda un futuro más estimulante que, por ejemplo, a Tamra Davis. La nueva comedia norteamericana, con su humor cínico y matizadamente canalla, permite abrir puertas a un terrorismo soterrado sin nada que envidiar al de las propuestas del cine más independiente. Tanto Road Trip, viaje de pirados, Aquellas juergas universitarias como su última película- las tres realizaciones de Philips hasta la fecha dentro de la gran industria- permiten un nivel nada desdeñable de gamberrismo (humor escatológico y sexual, reivindicación moderada de la confrontación a lo establecido) y lo más importante, un grado de autoría capaz de mantener satisfecho a cualquier realizador con ambiciones. Sin mencionar, por otra parte, la posibilidad de trabajar codo con codo con nuevos maestros del barbarismo catódico como Will Ferrell o Tom Green.