No peca de excesivo ni de original, y contribuye punto por punto a mantener un orden cronológico harto de convencionalismos.
En un tiempo en el que las grandes ideas escasean y la omnipresente crisis avanzaen todos los ámbitos sociales, el país galo se ha propuesto revitalizar el sector cinematográfico con la puesta al día de las figuras de renombre que alimentaron a una Francia rebosante de cultura. Si a esto añadimos una constante reivindicación de la mujer como símbolo de resistencia en un mundo totalmente patriarcal, el biopic está servido.
Este repaso a la iconografía francesa tuvo su momento clave en el 2007 de la mano de una de las voces más representativas del panorama musical con el estreno de La vida en rosa de Oliver Dahan, tediosa reconstrucción de las penurias de la cantante Edith Piaf que supuso toda una sorpresa para su protagonista Marion Cotillard cuyo recital interpretativo le reportó un merecidísimo oscar. Ahora le ha llegado el turno a Audrey Toutou sirviendo su rostro a la diseñadora Coco Chanel, en un periplo que comienza con una educación presuntamente estricta en un orfanato tras la repentina muerte de su madre, hasta llegar a las altas esferas del glamour encumbrándose como exitosa diseñadora capaz de romper moldes en una sociedad encorsetada.
Como cualquier biopic que se precia, Coco recrea las andanzas de la joven inconformista desde una óptica académica y bien parecida a su compañera Edith Piaf, confiando una vez más en que su interpretación baste para salvarse de la quema. En el caso que nos ocupa la eterna Amelie se dedica a bajar la cabeza adoptando una pose de enfado durante todo el metraje acercándose al minimalismo más cansino, en contrapunto con el papel interpretado por Benoît Poelvoorde, personaje algo más agradecido. El resto, no peca de excesivo ni de original desde su puesta en escena, y contribuye punto por punto a mantener un orden cronológico harto de convencionalismos en el que la pobreza de su protagonista se extingue gracias a la valentía y persistencia ante la adversidad de una época donde la mujer era relegada a un segundo plano.
En este cuarto trabajo de la directora Anne Fontaine (Limpieza en seco es su producción más conocida) se acerca a la figura de la turbadora diseñadora desde el respeto con un discurso esclarecedor, anteponiendo al ser humano frente a la celebridad. Es por ello que consigue disponer de un espectador rendido gracias a una narración marcada por la sencillez, que atestigua una vida cuya fidelidad y la ternura que desprende hacia el personaje produce cercanía con la audiencia. Así satisface a una platea mayoritariamente femenina consolidando los cánones estrictamente marcados por un género que en muy pocas ocasiones se suele hacer historia y que sin embargo en otras muchas consigue entretener.