El espectador a menudo se sorprende cavilando sobre lo que acontece a los personajes, y cuestionando sus propias imposturas existenciales.
El viernes en que se estrena en nuestro país Te quiero, tío lo hace también Miss Marzo, otra comedia norteamericana poco sutil. Por añadidura, la semana siguiente llega a nuestras pantallas ¿Hacemos una porno?, de Kevin Smith, encuadrable en el mismo género. Y en Estados Unidos acaba de arrasar en taquilla, desbancando a Up y La Tierra de los Perdidos, Resacón en Las Vegas, cuyo título da idea cabal de lo que nos ofrecerá (en España se exhibe en agosto).
Resulta, pues, evidente que nos hallamos ante un auténtico boom, el de la llamada Nueva Comedia Americana; movimiento de contornos difusos liderado por Judd Apatow, que no alcanza en la mayor parte de los casos unos grados precisamente excelsos de calidad, pero que sí está atinando a describir, con mucha más exactitud que propuestas graves o autorales, las sintomatologías diversas que aquejan a los inmaduros habitantes de Occidentes. Especialmente a los machos jóvenes.
A películas de desigual fortuna como Virgen a los 40, Supersalidos, Los perros dormidos mienten o Superfumados hay que añadir ahora Te quiero, tío, tercera colaboración como actores de Paul Rudd y Jason Segel tras Lío Embarazoso y Paso de Ti. Aquellos títulos habían sido auspiciados por Apatow y, en cambio, Te quiero, tío ha sido escrita, producida y dirigida por John Hamburg, colaborador habitual de uno de los humoristas más interesantes de la Nueva Comedia Americana, Ben Stiller.
Y la mano de Hamburg se nota: sin hallarnos ante una obra maestra, cabe decir que la historia de Te quiero, tío se desarrolla con fluidez, brinda sonrisas y carcajadas a un ritmo que no decae, no da en casi ningún momento la impresión de estar dando vueltas sobre sí misma para rellenar metraje, cuenta con un reparto muy entonado (incluso en lo que toca a los difíciles protagonistas, Rudd y Segel), y de su anécdota argumental pueden extraerse consideraciones de interés.
Y es que la película se centra en un joven formal a punto de casarse (encarnado por Rudd) que, cuando se ve forzado por su novia a escoger un padrino de entre sus amigos, descubre que no tiene ninguno. Esto le lleva a conocer hombres que puedan suplir esa carencia, pero quien finalmente se hace su colega del alma (Segel) será un tipo en apariencia poco presentable. Entre los temas que trata Te quiero, tío siquiera de manera superficial se cuentan las máscaras asfixiantes de la normalidad, el trasfondo gay de algunas amistades masculinas, los delicados cimientos que sostienen las relaciones sentimentales, la imposibilidad de conjugar lazos realmente sinceros en un mundo que reclama sinceridad a todas horas, la triste constatación de que la amistad suele ser una necesidad ceñida a una fase de la existencia, el precio a pagar por lo que se llama maduro e inmaduro en nuestra sociedad…
No hay nada parecido en Te quiero, tío a un ensayo doctoral, pero el espectador se sorprende a menudo cavilando sobre lo que acontece a los personajes, y cuestionando sus propias imposturas existenciales. Es bastante, al menos en el seno de un producto sin duda formulaico, sin otra aspiración aparente que la de hacer más digerible una tarde de festivo.