Quizá su caracter europeizante en una cinematografía tan exótica como la turca, ha sido determinante para que el jurado donostiarra señalara el film en su palmarés.
Ganadora de la Concha de Oro en el último Festival de San Sebastian, así como la Concha de Plata a la Mejor Actriz para la nonagenaria Tsilla Chelton, esta cinta de origen turco plantea sin demasiada brillantez temas de humana actualidad como la convivencia con parientes dependientes, la lacra de las enfermedades degenerativas en una sociedad cada vez más longeva y la insoportable vida llena de contrastes y tensiones que mantenemos en nuestras grandes ciudades.
Quizá este caracter europeizante de su temática en una cinematografía tan exótica por nuestros cines como la turca, ha sido determinante para que el jurado donostiarra señalara el film en su palmarés. Turquía se encuentra en pleno proceso de adhesión a la CEE y el caracter eminiente urbano de la historia filmada, junto con la ausencia de mención a problemas politicos o religiosamente espinosos, hacen de la cinta un claro ejemplo de cuán parecidas son la sociedad turca de las existentes en nuestro continente.
Ateniéndonos a lo estrictamente cinematográfico, la realización y guión de La caja de Pandora -ambos a cargo de Yesim Ustaoglu, cineasta inédito en nuestro país- están resueltos con eficacia pero sin brillantez, destacando la constante búsqueda de la cara menos amable de la ciudad de Estambul, lejos de todos los tópicos turísticos y del exotismo musulmán que atrae a tantos occidentales. En su lugar aparece constantemente brumosa y ajena a la belleza de sus monumentos, ayudando a dibujar la angustia y los problemas de la vida urbanita de los tres hermanos protagonistas: una ama de casa burguesa, agobiada por la rebedía de su hijo adolescente; una periodista soltera, alterada por un amor con un hombre casado; y un bohemio desocupado, viviendo su propia dejadez en los peores barrios de la ciudad.
La llegada de la madre anciana y bajo los signos del alzheimer desde la zona rural y montañosa donde residía, agravan los problemas de los protagonistas, obligándoles a enfrentarse a ellos. En el recurso menos afortunado del guión es la propia abuela la que, en repentinos raptos de lucidez, lanza máximas a sus hijos que les hacen ver de otro modo a sus problemas, sentirse reflejados en un espejo y retomar una actitud más tolerante que les ayude a mejorar su situación personal.
Fruto de su enfermedad y ayudada por su nieto rebelde, la abuela escapa a su montaña natal, a la Turquía del interior donde aún se convive con la naturaleza, en lo que quizá sea la metáfora que da sentido a toda la proyección: el olvido deliberado del pasado por las nuevas generaciones turcos para adaptarse a un más que cercano destino occidental, dando de lado la historia de un país cuyos recuerdos sólo persisten en personas abocadas al olvido.