Film repleto de referencias sexuales y escatológicas que, sin embargo, casi agrada por su candor y por su aura de amateurismo.
Últimamente parece que no hay semana que se precie sin su ración de comedia gamberra estadounidense entre los estrenos cinematográficos. A la anodina Te quiero, tío se le une en esta ocasión en nuestras pantallas la más modesta Miss Marzo, pergeñada principalmente por Zech Cregger y Trevor Moore –no en vano ambos se encargan a cuatro manos tanto del guión como de la dirección, además de dar vida a los dos protagonistas principales–, que nos cuentan un relato inscrito dentro de las directrices de esta Nueva Comedia Americana, que tan desiguales resultados ofrece.
Eugene es un adolescente que entra en coma después de sufrir un accidente tonto la misma noche en que iba a estrenarse sexualmente con su ingenua novia. Al recuperarse, cuatro años después, su amigo Tucker le informa de que su chica le ha abandonado y se ha convertido en una espectacular playmate. Entre ambos emprenderán un alocado viaje hacia la Mansión Playboy para intentar recuperar el amor perdido, aunque también para huir de una feroz persecución a la que se ve sometido Tucker, tras provocar la ira de su propia novia.
La cinta viene dividida en tres actos: toda la introducción hasta que los protagonistas emprenden el viaje, sus peripecias atravesando Estados Unidos al más puro estilo road movie, y finalmente sus intentos de resolver sus conflictos personales, convenientemente rodeados de conejitas de Playboy.
A lo largo de todo el metraje se van encadenando idioteces con mayor o menor gracia, dentro de un marco bastante amateur –no hay apenas caras conocidas entre el reparto– y con un presupuesto más bien limitado, como atestigua el hecho de que se haya rodado con cámara digital. Se agradecen los resultados que obtiene Miss Marzo, aceptables dentro de su modestia, ya que estamos saturados de ver cintas con un gran lanzamiento que son utilizadas para volver a insistir una vez más en los mismos valores de siempre, aburriendo soberanamente por el camino.
Como sucede en casos como los de Judd Apatow, Kevin Smith o los hermanos Farrelli, el film que aquí nos ocupa está repleto de referencias sexuales y escatológicas, lanzándose sin rubor a una comedia nada sutil que, sin embargo, casi agrada por su candor y por ese aura de amateurismo que la sobrevuela, pese a que no ofrezca nada nuevo –la dualidad chico santurrón / chico salido (con look y gestualidad a lo Jim Carrey en Ace Ventura), o la aparición especial de un gurú (en este caso el mismísimo Hugh Hefner)–, y sólo haya unos cuantos momentos que realmente logren un efecto cómico: la aparición de las lesbianas en su coche o el número de la barra de stripper, pese a su grosería, dan para echarse unas risas.