Los defensores de la comedia más castiza están de enhorabuena con el estreno de la cinta de Daniela Feijerman 7 minutos. Con ella, los que un día disfrutaron de la sana inocencia de obras tan redondas como las de Fernando Colomo, Fernando Trueba o Martínez Lázaro lo harán con un afresca propuesta de la directora que ya apuntaba maneras con A mi madre le gustan las mujeres o Semen, una historia de amor, codirigidas éstas por Irene París. En su salto solitario a la dirección, Feijerman se ha sabido rodear de un reparto excelente (Toni Acosta, Marta Etura, Pilar de Castro, por citar solo algunos ejemplos) para hablarnos del asunto por excelencia reflejado en toda comedia que se precie, esto es, la búsqueda de la pareja ideal antes de que a uno se le pase el arroz. Para ello, que menos que aportar a un tema tan universal un poco de originalidad.
Dado los tiempos que corren en los que el placer efímero parece ser el motor que mueve nuestras existencias, el argumento de 7 minutos viene al pelo. Y es que es justo 7 minutos el tiempo que se necesita para conocer a alguien en un bar de citas rápidas. En él, un conjunto de personas aparentemente sin nada en común intentarán encontrar a su media naranja cueste lo que cueste.
Coescrita con la actual ministra de educación Angeles González Sinde y con alguna que otra aportación de Emilio Martinez Lázaro, se propone hacernos pasar un rato divertido explorando con buen oficio la variopinta cantera de personajes que pueblan esta comedia, que navega entre lo deliciosamente pintoresco hasta lo medianamente graciosillo. En ella además se da un completo repaso a los clichés que han dado nombre al enfoque de nuestro país al género.
Por esa misma regla de tres, la neurótica (Marta Etura, en un papel calcado al de Leonor Watling en A mi madre le gustan las mujeres, qué casualidad), el macarrilla gracioso de buen corazón (Antonio Garrido), los manidos cuernos de mujer, por no hablar del indispensable ingrediente gay, se dan cita en una fórmula que lucha por desbancarse de otras propuestas del mismo estilo y acaba siendo arrastrada sin remisión por la previsibilidad.
Es por ello que donde debía reinar el buen tono humorístico durante buena parte del metraje, solo topamos con escasos golpes de efecto que, por qué no decirlo, mejoran su aspecto formal aunque disten de dar lustre a una película hecha para que cada intérprete parece disfrutar de sus quince minutos de gloria.
Temas serios como la soledad o la infidelidad son exportados a lo cómico con mano firme, y tras un arranque ingenioso y desenlace acelerado (¿alguien entiende el papel de Asier Etxeandia?) la producción sigue alimentando la creencia de que la comedia es el género que más alegrías nos aporta.