Se reincide en una defensa casi patológica de la familia y el continuismo existencial, quién sabe si reflejo inconsciente de la perpetuación que pretende la franquicia a través de tanta secuela clónica.
Por no salir del ámbito de la animación digital, hay realizaciones norteamericanas, como las de Pixar, cuyos valores estrictamente cinematográficos justifican los gastos obscenos invertidos en su realización, promoción y derivaciones mercantiles. Otras sin embargo, como las comprendidas en las sagas Shrek, Madagascar o Ice Age, delatan en cada uno de sus píxeles la naturaleza de productos con un único objetivo, como ha escrito la animadora española Maite Ruiz de Austri: “ampliar el número potencial de espectadores y los horarios de las sesiones comerciales”.
Se trata de películas familiares en el peor sentido de la palabra, de rasgos incoherentes y difusos, no superiores técnicamente —hablamos de Hollywood— a producciones de otros países con mucha menos proyección, y cuyo humor no resulta más elaborado que el ofrecido por cualquier serie infantil emitida un sábado por la mañana. Películas llenas, además, de unos discursos morales cuya ranciedad va en perfecta armonía con la de sus concepciones artísticas, algo que dejan aun más en evidencia cintas coetáneas tan revulsivas como Ponyo en el Acantilado o Los mundos de Coraline.
Ice Age 3 representa el agotamiento absoluto de la exitosa fórmula elaborada por los estudios Blue Sky para 20th Century Fox. Recrear cómicamente las aventuras de unos mamíferos primigenios durante la Era Cuaternaria pudo tener cierta originalidad hace seis años, pero la parquedad creativa del planteamiento apenas permitía salir a flote a la primera entrega, y por tanto qué decir de la segunda y esta tercera, insistentes hasta lo mortecino en el mismo registro.
En esta ocasión, el perezoso Sid, el dientes de sable Diego, los mamuts Ellie y Manny y la ardilla Scrat descubrirán que los dinosaurios no se habían extinguido como habían creído siempre, sino que habitan todavía un mundo paralelo al suyo que nuestros protagonistas habrán de explorar debido a circunstancias que no desvelaremos. Pero la apariencia de una evolución argumental no es convincente, y no solo porque la historia deje mucho que desear: es que se repiten cada pocos minutos los enloquecidos gags de persecuciones y desafíos que han caracterizado la trilogía, y que nos remiten con regular fortuna al pretérito slapstick del cine mudo y al presente de los videojuegos y la 3D. Se repiten los conflictos dramáticos de exigua entidad entre personajes de nulo carisma. Se repiten el ternurismo más elemental y el histrionismo forzado para hacer reír a toda costa. Y se reincide en una defensa casi patológica de la familia y el conformismo existencial, que quién sabe si no será involuntario reflejo desde la ficción de lo que están pretendiendo los responsables de la franquicia con tanta secuela clónica.
Si en lugar de escribir sobre Ice Age 3 en estos términos, lo hubiésemos hecho recomendándola porque satisfará por igual a grandes y pequeños, permitirá al espectador soslayar sus preocupaciones durante hora y media, supondrá el entretenimiento ideal en compañía de cantidades industriales de palomitas y refrescos y aire acondicionado, y está llena de ruido y colores, estaríamos hablando igual de mal de ella, sólo que apelando a esos lugares comunes que muchos siguen creyendo ramplonamente conforman el disfrute de las películas. Que nadie se engañe: hay otros mundos, incluso en el del cine comercial. Y no pertenece a los dinosaurios, sino a las películas que hacen honor a ese nombre trascendiendo su condición de productos con fecha de caducidad. La de Ice Age 3, como buen objeto de consumo coyuntural, se cumplió antes incluso de que se estrenase.