Tres monos

Del rigor creativo con que el cineasta turco Nuri Bilge Ceylan está conformando su filmografía dan fe hasta los títulos de sus realizaciones; que, como en el caso de la ahora comentada (premio más que razonable al mejor director en la edición 2008 de Cannes), abarcan metafóricamente no sólo lo que se nos cuenta, sino el cómo.

Tres Monos se remite a la ambigua tradición japonesa de no ver, no hablar y no escuchar lo que no conviene, y a las catastróficas consecuencias personales y sociales que tienen para Ceylan tales actitudes acomodaticias, a través de las vicisitudes del chófer de un político que acepta hacerse responsable ante la ley del atropello accidental cometido por su jefe, en parte por fidelidad y en parte por la recompensa económica que percibirán su sumisa esposa y su indolente hijo durante el año que él pase en prisión.

Las insospechadas consecuencias emocionales para todos los implicados de la decisión adoptada por el protagonista adquieren merced a la cámara de Ceylan rasgos para nada negros o melodramáticos, pese a la carga explosiva del argumento que maneja. Por el contrario, en sintonía con sus personajes, el turco se emplea con una disciplina formal encomiable para que logremos ver, escuchar y disponer de una opinión sobre lo que sucede aunque apenas se trasluzcan en la acción otra cosa que indicios.

Tan precisa estrategia desemboca en un magnífico estudio sobre los secretos y las mentiras que rigen las relaciones humanas (incluso entre quienes se creen más próximos), que extiende su lúcido, depresivo diagnóstico al conjunto de la sociedad turca, cuyos entresijos éticos y morales son dejados al descubierto por Ceylan con la misma sutileza.

Hay quien ha considerado un defecto el impecable trabajo de cámara y fotografía de Tres Monos, que, es cierto, cae en el preciosismo en más de una ocasión. Pero Nuri Bilge Ceylan no tiene la culpa de que las tendencias actuales de la creación y la crítica hayan convertido la belleza en sospechosa, felices como están muchos con la vulgaridad que les envuelve y de la que son cómplices; sin querer apreciar, como los dichosos tres monos, que hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que sueñan sus pedestres filosofías.

Pero es que, además, parecen olvidar que Ceylan es fotógrafo amén de cineasta, y que por tanto su relación con lo real es —y aquí viene a colación la pertinencia del título no ya de su tercera película, sino de dos de las anteriores— doblemente lejana y climática, bella de manera trágica; como lo son los sentimientos de melancolía, soledad y pérdida cuando se tratan con arte verdadero, el que dignifica nuestro sufrimiento existencial descubriéndonos que forma parte insoslayable de nosotros mismos.