Lástima que tan sugerente tejido narrativo quede reducida a un baile de personajes livianos que se persiguen unos a otros.
El actor Brendan Fraser parece haberse especializado en producciones de corte infantil y juvenil, donde su rostro y actitud aniñada ha encajado con naturalidad. Ahí queda la saga de La momia (Stephen Sommers, 1999) y todos sus secuelas para atestiguarlo. Echamos de menos más roles serios del actor que convenientemente dirigido demostró mucha más capacidad de la que él mismo parece considerar, como en la atormentada y excelente Dioses y monstruos (Bill Condon, 1998).
Basado en el cuento homónimo de Cornelia Funke, primero de una conocida trilogía de la exitosa escritora alemana de cuentos infantiles y juveniles, la historia que alimenta la trama central de la película parte de una premisa muy querida por cualquier aficionado al género fantástico: la capacidad de alguien para transformar lo que imagina en realidad.
En la cinta este poder reside en un joven encuadernador, padre de una chica cuya experiencia lectora para dormir a la niña durante su infancia le hizo descubrir su don. Siendo ya adolescente y habiendo heredado la afición bibliófila del padre, ésta le acompaña en sus visitas por todo tipo de ferias y mercados a la búsqueda de un raro libro con el que el progenitor está obsesionado. A partir del hallazgo de un ejemplar, se desvela una trama en la que la desparecida madre de la chica está atrapada en el mundo de ficción y Dustfinger, un peligroso personaje imaginario que domina el fuego, en la realidad.
Lástima que tan sugerente tejido narrativo en el que se aúnan tanto ingredientes sabrosos (existencialismo, metaliteratura, necesidad humana de la ficción,...) quede reducida a un baile de personajes livianos que se persiguen unos a otros y cuya aventura central apenas levanta admiración en el espectador. Todo queda relegado a un puñado de emociones pueriles y a la aparición esporádica de referencias y personajes de otros cuentos fantásticos (El mago de Oz, Peter Pan, La leyenda del laberinto del minotauro...) sin aportar un ápice de sentido o alegoría a la trama central. Dudamos incluso de que el público infantil menos exigente se vea satisfecho, hasta considerando la mejoría de su secuencia final, donde la producción alza un poco el vuelo gracias a la traca de efectos especiales, haciendo albergar alguna esperanza de mejora narrativa en el cierre de los hilos argumentales abiertos.
Queda para el recuerdo una galería de actores y actrices de renombre que han aportado su granito de arena en este cuento, quizá pensando en poder enseñárselo a sus vástagos más que en la excelencia profesional: el mencionado Fraser, la siempre esforzada Helen Mirren, el cada día más extraño Paul Bettany, el inesperadamente alejado de las caracterizaciones Andy Serkis y un fugacísimo cameo de Jennifer Connelly.