Se va avanzando en una sustentada en los habituales golpes de humor verbal que surgen de la pluma del realizador.
Ahora que la Nueva Comedia Americana de los Judd Apatow y compañía está en auge –como atestiguan las numerosas críticas de películas pertenecientes al subgénero cuyas reseñas han ido apareciendo por aquí en los últimos meses–, parece justo que haya llegado el momento de que el orondo Kevin Smith reciba halagos y sea reconocido como precursor de la misma, remontándonos hasta la sorprendente Clerks (1994), que supuso su debut, o Mallrats (1996), repleta de momentos cómicos para el recuerdo.
Persiguiendo a Amy (1997), considerada por muchos como la obra maestra del realizador de New Jersey, lograría aunar las salvajadas de sus dos títulos precedentes con un contenido sentimental de mayor calado, una combinación que no ha vuelto a fructificar con éxito a lo largo de la carrera de Smith: en Dogma (1999) y Jay y Bob el silencioso contraatacan (2001) predominaba la vena friki de su trayectoria, mientras que en Una chica de Jersey (2004) se caía en la ñoñez pura y dura.
Cuando todos dábamos por perdido al director, llegó la discreta Clerks II (2006) para certificar que su modelo de cine se había agotado, y que al norteamericano le convenía salir de su endogámica propuesta, para dar por finiquitado su repertorio de referencias a los mismos personajes que le habían dado la fama más de una década antes. La reflexión final de aquella no dejaba lugar a engaño: Kevin Smith reconocía ser simple y llanamente un tipo destinado a hacer comedias gamberras resultonas. Cualquier intento de complicar la cosa se traduciría en fracaso y en una pérdida de rumbo similar a la que había experimentado durante más de un lustro.
Teniendo claro su lugar en el mundo, el director de ¿Hacemos una porno? construye una comedia bruta con trasfondo romántico donde el cine pornográfico amateur sirve de intento de recaudar fondos para Zack y Miri, una pareja de amigos acuciados por las facturas y las deudas. A su alrededor se reúne un grupo de seres extraños típicos de las comedias de Smith (incluyendo a la actriz porno Traci Lords, y también a Jason Mewes y Jeff Anderson, intérpretes recurrentes en su filmografía).
Echando mano de guiños frikis como el homenaje –una vez más– a la saga de Star Wars se va avanzando en una trama que no aburre, sustentada en los habituales golpes de humor verbal que surgen de la pluma del realizador.
Entre lo más destacable tenemos a un Seth Rogen pletórico en su sencillez, con intervenciones aplastantes, y que recuerda poderosamente al director responsable de la cinta: no en vano el rodaje de la película porno nos trae a la mente el precario modo en que se rodó en su día Clerks (por las noches, usando de decorado la tienda donde el propio Smith trabajaba).
Otro de los puntos a favor es que en todo momento suena natural, no cortándose un pelo a la hora de emplear un lenguaje políticamente incorrecto. Los chistes escatológicos están ahí, también es cierto, pero acotados y haciendo gracia la mayoría de las ocasiones.
Aunque la verbalidad de los personajes a veces se antoja excesiva, llevando a pérdidas de ritmo y a desigualdades entre diversos tramos de la historia, lo cierto es que resulta agradable ver a Kevin Smith entregado en plenitud de condiciones a una producción que se ajusta perfectamente a su estilo, se hace amena y mantiene al espectador con una media sonrisa durante toda la proyección.
Eso sí, dejaremos para otro día el debate de si se ha echado mano del recurso fácil del sexo para llamar la atención, o de si en el trasfondo de esta ¿Hacemos una porno? se oculta sibilinamente otra simple y previsible historia de amor.