Desde los primeros minutos el film anuncia sin rubor alguno su intención de ser devorado ansiosamente por hordas de jóvenes estudiantes de todo el globo.
De todas las industrias cinematográficas del mundo, la francesa es de las pocas que en determinadas ocasiones ha sabido hablarle casi de tú a tú a la norteamericana, facturando productos que logran buenos réditos en taquilla, siempre dentro de unos determinados géneros –el thriller, la comedia amable o la acción algo descerebrada– que les suelen funcionar a las mil maravillas.
Lol, que siguiendo esta tónica ha cosechado un considerable éxito de público en el país galo, es una especie de comedia costumbrista que se centra principalmente en el día a día de un grupo de estudiantes de Bachillerato (con especial atención a sus amoríos, así como a los tanteos con el sexo y las drogas), sin perder de vista las inquietudes y preocupaciones que acucian también a sus progenitores en este principio del tercer milenio.
El argumento sigue de cerca a Lola, más conocida como Lol por sus amigos –aunque el título de esta cinta también se refiere a un expresión muy utilizada por los adolescentes en internet, traducible como “Me parto”–, y en su reencuentro con sus compañeros de clase después de las vacaciones de verano. Iremos siguiendo sus evoluciones a lo largo del curso escolar, incluido un estrafalario viaje a Inglaterra para practicar la lengua de Shakespeare.
Por centrarnos rápidamente, digamos que la belleza y el saber estar de Sophie Marceau sean probablemente los elementos más interesantes que tiene que ofrecer este filme, que ya desde los primeros minutos anuncia sin rubor alguno su intención de ser devorado ansiosamente por hordas de jóvenes estudiantes de todo el globo. La presencia casi constante de música pop pegadiza –mucha de ella convertida en anodinos videoclips insertos en el metraje– subraya los sentimientos de los personajes en todo momento, convirtiendo Lol en una pieza perfectamente digerible y sin aristas de ningún tipo.
Destaquemos también el constante desfile de peinados y modelitos que van luciendo los protagonistas a lo largo de la hora y media larga que dura la historia. Tampoco hay que desdeñar el catálogo de obviedades que se nos muestran en el contexto cotidiano de estos jóvenes parisinos, y que acaban por concederle un aura de artificiosidad digno de cualquier serie televisiva barata que aborda estos asuntos (y ejemplos no nos faltan últimamente en los distintos canales de nuestra televisión).
Pese a que la guionista y directora Lisa Azuelos ha intentado esmerarse en la reproducción del mundillo que quiere retratar, los enrollados diálogos no acaban de resultar creíbles, y se nota que su labor de observación se ha centrado más en teleseries y películas actuales del mismo estilo que en conversaciones con padres, profesores y tutores de cualquier instituto, sin duda alguna más cercanos y familiarizados con el tipo de problemáticas que aquí se pretenden abordar.
Sirva como botón de muestra el hecho de que muchas de las canciones utilizadas para animar determinados pasajes –de Supergrass, Blur o Keane, por ejemplo– tienen muchos años a sus espaldas, y probablemente dejarán fríos a los posibles espectadores de esta película, con otras inquietudes a nivel de grupos y estilos. Ahí se nota que la directora tal vez se ha dejado llevar por los buenos recuerdos musical de su propia adolescencia, antes que intentar amoldarse a lo que se lleva hoy en día entre ese sector de la población.
De todos modos, como producto comercial de consumo rápido (y para un grupo muy específico del público) hay que reconocer que Lol cumple su cometido de entretener, pese a su tremendismo de catálogo, pese a sus empalagosos planteamientos –ni ácidos ni realistas, sencillamente insulsos y previsibles–, y pese al tedio que supone enfrentarse a la superficialidad y frivolidad que predominan desde su mismo arranque. Habría más cosas malas que destacar, pero mejor lo dejamos ahí, con ese punto de positivismo francamente limitado.