Más que ninguna otra cosa, el cine son historias, argumentos que nos deben atrapar o implicar, sea por afinidad con lo propuesto, o por presentar realidades alternativas imposibles y sugerentes que no podríamos visualizar de otra forma.
Pero en el grueso de las ocasiones, lo que engrandece o hace indiferente una propuesta, lo que da sentido o no a ese relato, son sus personajes. Quienes viven la trama y que en su forma de asimilarla y unirla a sus rasgos nos implican en sus gozos y desdichas. Quienes se convierten en la verdadera razón de que el cine dé momentos de verdadera conexión con el espectador.
Con todo, la cartelera demuestra regularmente que ambas características no tienen por qué coincidir. Una historia bien llevada puede pasar por encima de sus personajes. Puede proponer algunos con aspecto de interesantes y aún así pasar por encima de ellos, atropellarlos, aniquilarlos, dejarlos sin desarrollo reducidos a parte del atrezzo. No sólo sucede en el cine con más vocación de espectáculo, sencillamente en ocasiones la historia puede valer por sí misma, y lo que sepamos de los personajes, por poco que sea, puede ser suficiente.
Sucede que cuando los guionistas están inspirados, cuando los productores conceden terreno y los directores saben aprovechar el tiempo justo de que disponen para que estos hablen y además “digan” cosas, se pueden lograr películas que a pesar de sus limitaciones, de su necesidad de contar historia y dar espectáculo, permitan construir personajes valiosos.
Un ejemplo reciente nos lo sugiere la crítica de Terminator Salvation, cuyos rasgos se encuentran en el extremo opuesto a Terminator 2. Tenemos en la cuarta parte, por ejemplo, a un alto cargo de la resistencia encarnado por Michael Ironside (malo-malote en Desafío Total, secundario de lujo en la serie V), y al que su sola presencia física y pasado fílmico le obligaría a ser algo más que una anécdota sometida a la trama y sin ningún peso específico. Más grave es el caso de la estrella, un Christian Bale que dice demasiado poco para lo mucho que sobrecarga el énfasis de su mensaje, víctima del estilo chulesco y sobreactuado propio de su director (y de la escasa gracia de los guionistas que dan todo lo que pueden, cuando esto es excesivamente poco) con un defecto añadido: cuando trata de recuperar en algunas frases el pasado y las aflicciones de su personaje, al proponerlas de forma burda y sobreactuada, se convierte en una presencia inverosímil, nos hace ver el andamiaje de su psicología artificial, nos devuelve a la butaca y nos saca del escenario. Fin.
Y mientras, Terminator 2 era todo lo contrario. Desde el joven John Connor (Edward Furling pre-problemas con los estupefacientes, en un rasgo que le viene ni pintado al adolescente rebelde y desarraigado), hasta el supersecundario colega-adolescente con el que se zafa de sus padres adoptivos para ir a los recreativos, pasando por estos mismos, a los que frases mundanas o incluso cotidiano vestuario les hacen de carne o hueso. Todos son tangibles. Con una especial atención a Sarah Connor, un personaje demasiado rico para ser aniquilado de forma tan gratuita, y que en su obsesión por salvar a su hijo, entre la lucidez y la demencia, aparece con un físico a medida de lo que le tocará vivir, y que gesticula y profiere discursos con tal convicción que en apenas dos frases nos ha hecho entender las amargas contradicciones de su destino.
Por no hablar de la atracción mayor de la feria, el Terminator, papel ideal para el actor sobrevenido, un Schwarzenegger intruso proveniente del mundo del culturismo que llegó de rebote a la actuación (y de ahí a la política), y que borda el papel cuando se trata de hacer de fría máquina hierática: todo un arrollador personaje. Hasta en la cuarta, reducido a cameo tecnológico, es un símbolo de que los personajes se acabaron para la saga. Un posible síntoma de los nuevos tiempos y de la función que el cine se ha auto-otorgado de entretenimiento descerebrado y que alcanza su máxima expresión con el empleo de las 3D como forma de evitar la piratería y acceso gratuito al home cinema. Algo que puede contribuir más a relegar a los personajes por distracciones más primitivas y rudimentarias, en funciones demasiado alejadas de la implicación emocional de las grandes obras, de lo que hace que el cine sea algo más que historias y que nos cale: sus personajes.