La habitualmente repudiada política de subvenciones públicas al cine español no siempre se convierte en un derroche innecesario de dinero. Además de alimentar una industria que no termina de germinar, sirve para alumbrar nuevos cineastas a poco que se realice con un mínimo de criterio. El País Vasco fue una de las comunidades autónomas pioneras y ya ha dado lugar a dos generaciones de cineastas que bautizaremos como El clan del corto vasco. Limitándonos a los realizadores, en la primera resaltan Alex De La Iglesia, Julio Medem y Juanma Bajo Ulloa. En esta segunda tenemos a Koldo Serra, Luiso Berdejo o Borja Cobeaga.
Cobeaga destacó con su cortometraje Éramos pocos (2005) que fue nominado al Óscar. Fecundo realizador televisivo sobre todo para el programa de la ETB Vaya semanita, cuenta en su haber con más de mil sketches de humor, casi siempre con el mismo equipo técnico y artístico. Es normal que en su debut en el largo, el director no se haya salido de su círculo de confianza ni del territorio de la comedia que domina.
Pagafantas es una comedia de situación a la española, donde destaca la recreación de estereotipos de nuestra sociedad y el deliberado alejamiento de las habituales fórmulas de enganche para el público juvenil, lo cual es de agradecer: el sexo gratuito, la escatología y el lenguaje malsonante. La cinta recrea una serie de situaciones bien hilvanadas sobre la vida de un pagafantas, cuya definición nos ahorraremos por ser ya de sobra conocida debido a la excelente promoción viral que se ha hecho de la película. La realización es fluida y adecuada, como corresponde a la experiencia de Cobeaga, resultando un film ameno y divertido sin ofender la inteligencia del espectador.
La aparición de los actores televisivos emblemáticos de Vaya semanita y Muchachada nui mezclado con la experiencia y comicidad de Kiti Manver y Óscar Ladoire hace fructificar la función. Destaca la divertida recreación que a modo de documental ecologista se hace de las distintas especies humanas destinadas a fracasar en el amor: pagafantas, lémures, koalas, etcétera.
Entre sus defectos anotamos la falta de un desarrollo más amplio de la narración en la que se echa de menos un giro más en el guión y dos o tres secuencias más de longitud para conseguir un resultado más redondo. Quizá la escasez de su producción ha hecho terminar la cinta en el momento en que el público espera el clímax final, donde se hubiera podido cerrar de un modo más digno las colaboraciones de Ernesto Sevilla, María Asquerino o el juego cómico con el músico Enrique Bunbury, que prometía mucho.
En cualquier caso, se trata de un ensayo de lo que Cobeaga y su equipo pueden llegar dar en la comedia. Tiene a su favor una gran experiencia y, a poco que el público responda, no le faltarán mejores oportunidades en forma de tiempo y de dinero para desarrollar historias más ambiciosas.