Supuestamente, ésta es la sección de los halagos, dónde se echan pétalos de rosa sobre aquellas películas que nos han hecho más altos, más guapos. Pero hoy estoy cansado de hacer de limpiabotas del celuloide; mi jardín se ha bañado felizmente en napalm y las rosas se han quemado. Hoy me enfundo el disfraz de guerrillero iconoclasta y voy a utilizar misiles de palabras para destrozar “la mejor película de todos los tiempos”. Que Dios me perdone. O mejor no.
Empiezo la operación sin anestesia. Directo al corazón: “Ciudadano Kane” apesta. Es tan aburrida y amenazante como un desfile militar. No obstante, parece que gracias a su hedionda genialidad se ha colado la primera de la lista entre las “100 mejores películas de todos los tiempos”. (sic)
Aunque para mis ojos, todo en ella es tan “adredemente bueno” que tan sólo veo una sucesión de números de circo de mausoleo, de más difícil todavía, que hacen que en toda la película no exista un solo plano vivo. Todo huele a podrido.
Pero aquella tenía que ser la mejor película de todos los tiempos y Welles estuvo a la altura de la leyenda que él mismo ensambló. Con tan sólo 25 años y toda la industria cinematográfica rendida a sus pies –he de reconocer que en estos momentos algo parecido a la envidia intenta calar mi cuerpo pero no importa, mi disfraz de iconoclasta es impermeable-, se decidió por la biografía velada del magnate Hearst, con un tema de lo más “elevado”: los ricos también tienen su corazoncito. Y además de tenerlo…¡sufren!...vaya. Emocionante.
“Ciudadano Kane” no está en mi lista de mis cien películas favoritas –además, no suelo pasar lista a nadie- porque quizá para alcanzar una obra maestra convenga distraerse un poco, abrir un poco las ventanas. Y aunque para algunos este artículo no sea más que el atentado infantil de un amotinador impotente, es sólo una cuestión de gustos –una de las pocas cosas que aún me quedan, creo-: prefiero lo sencillamente hermoso a lo monumentalmente inalcanzable, Xanadú.
Pero pese a todo, me atrevo a sospechar que “Ciudadano Kane” será recordada siempre. Aunque no deje de ser un película cuadrada, dictatorial y antipática. Y cada vez que la veo me entra sueño. Bostezo hasta acordándome de ella al escribir estas líneas. Me voy a dormir. Buenas noches, Orson.
PD: Al quitarme el disfraz de guerrero iconoclasta, me siento como si hubiera disparado sobre un unicornio. Míralo. Esta ahí, tumbado y relinchando de dolor. Pero no hay que preocuparse. El animal sagrado se reincorpora milagrosamente. Y se ríe en mi cara. Claro. El unicornio es inmortal. Mucho más que yo.