Una chaqueta de piel de cocodrilo dos tallas más grande que la suya y un caminar de malote definen la imagen de Jack (Adrien Brody), un chico excluido por la sociedad y con pocas ganas de integrarse en ella. Se crió en un orfanato junto a su amigo Charlie (Jon Seda) y, juntos, son una familia. Contigo a todas partes, Jack es la cabeza, Charlie el ímpetu. Aunque Jack quiere vivir sin más compromiso que esa amistad, se engancha rápidamente de la vida de Claire (Charlotte Allana), una jovencita universitaria con un descaro que le apabulla y enamora. Pero será difícil combinar dos vidas tan distantes, la acomodada de Claire y la de delincuente de barrio de Jack. Él no quiere abandonar lo que conoce, la adrenalina del riesgo, y, sobre todo, tiene miedo de amar. Escapa de sus sentimientos mientras se aleja y acerca una y otra vez de Claire. Lo malo es que la juventud de Claire la llevará a hacer cualquier cosa para llamar su atención y retenerle a su lado. Jack y Claire: dos personajes que deciden dejarse arrastrar por sus pasiones.
El oscarizado por El pianista, Adrien Brody, vuelve a conseguir un personaje sensible pero muy alejado del lado oscuro que la película quiere vender. A veces te preguntas como ha conseguido ganarse la vida como delincuente tanto tiempo. Todos son bastante buenos en estos 99 minutos. El guión, una adaptación de la novela Yi ban shi huo yan, Yi ban shi hai sui, de Wang Shuo, llevada a cabo por el director, Peter Sehr, junto a Marie Noëlle, discurre a saltos de género muy discutiblemente combinados. Es una historia de amor y pasión llevada a un mundo de delincuencia edulcorado y nada, nada, agresivo. Muy bonito para una teleserie pero poco creíble para la gran pantalla. Después de una bastante previsible primera hora de metraje, nuestra adrenalina también sube cuando comienzan a suceder cosas de mayores y aparece el verdadero amor al límite.