Circuito de secuencias sin sentido ni progresión, diálogos edulcorados y gratuitos hasta el sonrojo y personajes sin enjundia.
Silvio Muccino es un joven actor que ha participado en algunas de las recientes comedias de éxito del cine italiano como El Último Beso (Gabriele Muccino, 2001) o Manual de Amor (Giovanni Veronesi, 2005). También ha trabajado esporádicamente como guionista y ahora ha decidido dar el paso a la dirección cinematográfica. Algo natural, sabiendo algo que fácilmente puede adivinarse: Silvio es el hermano menor de Gabrielle Muccino, un cineasta que cuenta con una sólida carrera en Italia y que ha formado junto con el actor norteamericano Will Smith un jugoso tándem que ya ha dado lugar a dos películas en lo que se sospecha es el asalto del Príncipe de Bel-Air a la estatuilla dorada.
Para su primer largometraje Silvio adapta una novela propia de igual título escrita al alimón con Carla Evangelista, que también aparece acreditada como guionista del film. En ella, un joven de aire entre bohemio y vagabundo encuentra fortuitamente a un mujer burguesa (Aitana Sánchez-Gijón) hastiada de su propia vida. Entre ellos nace una amistad en la que él se muestra como un personaje desprotegido ante el mundo luchando por alcanzar a su amor platónico y ella como la maestra que le irá dando lecciones de seducción para conseguirlo.
Una vez establecidos los personajes, el objetivo a alcanzar y el tono empalagoso en el que se va a desarrollar la cinta, comienza un circuito de secuencias sin sentido ni progresión, diálogos edulcorados y gratuitos hasta el sonrojo y personajes sin enjundia, que hace preguntarse al espectador cada dos minutos qué ha pretendido contar este chico con esta historia.
Protagonista absoluto de todos los planos rodados, el joven de los Muccino se revuelca en una ciénaga de escenas para su mayor gloria consistentes en mostrarle en todo momento con una luz favorecedora haciendo mohínes y gestitos seductores bajo su apariencia cuidadamente desaliñada y su cuerpo labrado en el gimnasio. Lástima de trabajo de sus acompañantes como la española Sánchez-Gijón, condenada a no encontrar un papel en el que pueda reivindicar esa pizca de talento que tiene o Geraldine Chaplin, esa mercenaria de la interpretación, en un papel de dos secuencias (una de ellas sin diálogo y de dos segundos de duración) que no aporta absolutamente nada a la trama central.
El mayor halago que le podemos hacer a este presunto cineasta es que su personaje recuerda de modo remoto al genialmente encarnado por Charles Chaplin, el eterno bohemio y vagabundo cuya bondad y ansias de libertad le hacían evidenciar los defectos de quiénes le rodeaban y de la sociedad que le tocó vivir. Pero como decimos, esto es un halago generosísimo, ya que dudamos que la intención de este director, guionista y protagonista haya sido otro que ver reflejado en el espejo del celuloide su narcisismo y egolatría para regocijo propio.
Ni que decir tiene que Sasha/Silvio termina enamorando a todas las mujeres del film, las pretenda o no, y también demostrando como su bondad y virtud se mantienen incólumes a pesar de las enormes tentativas de ensuciarlas y enviciarlas que le ofrecen cuantos le rodean. Lamentablemente, al salir de la sala uno recuerda que la proyección empezó con un rótulo diciendo que la película había sido subvencionada por su interés cultural... suponemos que se trata de los escenarios naturales de Roma donde se rodó (vergonzosamente fotografiados, por cierto). A no ser que el interfecto haya conseguido que lo nombren Patrimonio Nacional Italiano y nosotros con estos pelos.