Responsables del guión de la segunda parte de Destino Final –terror teenager superficial, con escasos indicios de originalidad- cuidaron durante mucho tiempo el que consideraban que era su mejor trabajo. Desecharon varias ofertas hasta que vieron la posibilidad de hacerla a su medida, dirigiendo ellos mismos una historia de ficción con que recuperar la temática de los saltos en el tiempo, y que tenían lo suficientemente trabajada como para hacer algo sólido y, a ser posible, diferente.
Es así como Eric Bress y J. Mackye Gruber, metidos también a directores, vencen a un curriculum y a lo que este prejuzga, de la misma forma que lo hacen aportaciones de intérpretes de ese sector tan merecidamente despreciado –pero con buenas recaudaciones- al que siguen perteneciendo.
Porque el papel protagonista recae sobre Ashton Kutcher, quién ha formado parte de producciones como Colega ¿dónde está mi coche? o la irritante Recién casados, y se acompaña por el de Amy Smart (Roadtrip: viaje de pirados; ratas a la carrera...), aunque en honor a la verdad hay que decir que ambos encuentran un nuevo camino lejos de la comedia industrial y rápida, y dan buena forma a los distintos papeles que les tocará representar.
Esta variedad en sus registros, es la consecuencia del argumento apoyado en el llamado “efecto mariposa”, basado en esa teoría del Caos según la cual el simple aleteo del insecto puede provocar hecatombes en el otro lado del mundo. Y que aquí se traduce en lo que un pequeño cambio en la vida puede suponer para todo lo que va después.
Esa idea se instrumentaliza por medio de un grupo de personajes que en momentos puntuales de su infancia se dirigirán a distintos futuros, gracias al extraño poder de uno de ellos para, ya adulto, regresar a ellos a través de la lectura de sus diarios.
Lo que hace que esta producción gane en un respeto a priori descartable, es valentía ante situaciones alejadas del cine más comercial, más en el actual momento que vive una exagerada pulcritud. Desde enfoque a muñones, muertes tradicionalmente prohibidas (de perro y bebé), hasta esporádicos desnudos integrales, consiguen algo de una personalidad inusual a la vez que la cohesión de sus historias no se quiebra en exceso. A pesar de los habituales problemas de lógica que llevan las temáticas de cambios temporales.
Escenas originariamente incomprensibles, van cobrando sentido a medida que su protagonista decide volver a intentar arreglar un futuro que cada vez se complica más, y en el que siempre falla algo (recuerda a las andanzas en uno de sus episodios de Halloween del incomparable Homer Simpson).
En conclusión, salvo los que tengan problemas con la ficción y se centren demasiado en el estudio científico o racional cuadriculado de la base argumental, los demás recuperarán un tono de agilidad adolescente, sin caer en lo vulgar ni andarse en exceso por las cansinas pretensiones.