Combina la comedia gruesa con el melodrama digno de los acaramelados spots que anuncian los bombones “Mon Chéri”.
Renovarse o morir. Ese pensamiento debería regir los designios de esta cosa llamada séptimo arte, últimamente sólo industria del entretenimiento, sino queremos que la magia desaparezca. Si es bien cierto que cada vez más se echa mano de productos del pasado, siempre se ha intentado cambiar al menos el envoltorio (en algunos casos llámese efectos especiales) para crear un clima más acorde con los tiempos que corren aunque la historia sea esencialmente la misma. En el terreno de la comedia, un género que no tiene necesidad de pirotecnias, la evolución se ha producido más lentamente. Quizá el motivo se deba a que después de talentos como Billy Wilder o Howard Hawks y demás maestros de la época, el género se ha resentido en infinidad de ocasiones del uso indiscriminado de ciertos tópicos que acaban provocando en el espectador una sensación de constante déjà vu.
Después de esta breve introducción, vayámonos a Roma, ciudad convertida en testigo de las vicisitudes amorosas de varias parejas que entran en crisis tras la aparición de la figura del ex. Y es justo con esta aún más breve sinopsis del filme cuando uno se da verdaderamente cuenta de la involución que ha sufrido la comedia. Porque, llegados a este punto ¿cómo es posible que podamos siquiera sonreír antes las vicisitudes que van apareciendo antes nuestros ojos? Por un lado, ciertos personajes experimentan tal afán de cometer excesos interpretativos que se instalan en el más absurdo de los ridículos. Aquí entran los histriones Silvio Orlando y Fabio de Luigi, ejerciendo el primero de hombre separado que decide volver a la juventud instalándose en el piso de su hijo (y donde se incluye el lamentable numerito sex bomb), y el segundo de panoli incapaz de deshacerse de una manera coherente del ex de su novia.
Por otro lado, las escenas dramáticas se hacen difícilmente soportables dado que su acompañamiento sonoro tampoco ayuda a superar tanta mediocridad.
Con esta comedia romántica que no por nueva evita resultar desgastada, el director Fausto Brizzi dispone de todo un recital de tics acuciándose en ellos un inusitado grado de simpleza. Combina la comedia gruesa con el melodrama digno de los acaramelados spots que anuncian los bombones “Mon Chéri”, no aportando nada bueno al género posiblemente más maltratado después del de terror.
Irremediablemente ligera, ingenuamente ridícula, salvando algún que otro chiste de alto calibre (la referencia a Nanni Moretti, sin duda lo mejor), la cinta se incluye en la estantería de nuestro cerebro donde se destinan las películas olvidables.