Cualquier ciudad asiática de más de cinco millones de habitantes ya resulta un escenario lo suficientemente exótico para emprender un proyecto cinematográfico. Su ajetreo diario y el contraste de culturas y costumbres son un excelente gancho para el público occidental, más aún si se acompaña de una reivindicación social y se adereza con una historia de amor al uso.
Esto debió pensar el polifacético Stephane Gauguer para su ópera prima. Tras haber pasado por todas las áreas de la creación audiovisual en las cintas en las que ha trabajado, ha escrito un guión salpicado de ternura y sensiblería con el que conmover a los acomodados espectadores occidentales. Lo mejor que podemos decir de él es que, por momentos, funciona. Lo peor, que utiliza impudorosamente resortes sentimentales y de conciencia muy trillados para conmover al espectador.
Que una niña de unos ocho años como Thuy (Han Thi Pam) sin educación formal y criada bajo la explotación laboral por su malvado tío se exprese en los términos de serenidad y madurez con que lo hace en la película, sorprende. Que un joven y pobrísimo cuidador del zoo (The Lu Le) riegue la melancolía que le produce su amor perdido hablando con los animales, abruma. Que una bellísima azafata de vuelo (Cat Ly) ande solitaria por la multitudinaria Saigón, frecuentando barrios poco recomendables debido al amor no correspondido de un capitán de vuelo, sonroja. Que todos ellos se junten formando una familia feliz... es un cuento chino.
Sin embargo, es necesario también enumerar las virtudes de este film. La utilización de planos muy cerrados y cámara al hombro son casi el único recurso posible para rodar en plena calle evitando la gente que mira a cámara, pero ayuda a entender la atmósfera asfixiante que viven los personajes y, por extensión, cualquiera de los habitantes de Ho Chi Minh City, actual nombre de Saigón (Vietnam). El estreno como compositor de bandas sonoras de Pete Nguyen es respetable, ofreciendo una melodía repetitiva pero que capta adecuadamente el tono de la narración sin necesidad de subrayar los momentos dramáticos o afectivos. La portentosa naturalidad de Han Thi Pam hace verosímil gran parte de los deslices narrativos de su autor, que desde el poético título original de la cinta (Owl and the sparrow, El búho y el gorrión en referencia a las actitudes de sus dos adultos protagonistas) deja claras sus intenciones. El videoclip incrustado hacia el final mostrando la miseria infantil vietnamita remata la estudiada faena.
Por si a algún comprometido espectador se le escapaba, los distribuidores españoles han rebautizado el producto como Cinco días en Saigón. Quizá el apoyo o patrocinio de alguna ONG afín hubiera dado más juego mediático, pero si hay quien se queja de la falta de ambición y talento entre nuestros cineastas, qué esperar de este otro sector. Los espectadores salimos nuevamente perjudicados al perder la oportunidad de conocer más a fondo la cultura de un país y una ciudad muy presente en el cine bélico pero cuya idiosincrasia es muy poco conocida, sorprendiendo que se haga siempre hincapié en sus aspectos más lamentables cuando se trata de una de las ciudades con mayor inversión tecnológica del mundo.