La intención de llevar al cine el éxito de ventas homónimo firmado por la antigua actriz Isabel Pisano era como mínimo valiente, y ha acabado dando lugar a un producto atractivo y resultón a primera vista, que choca de lleno con el tono cada vez más uniforme y adocenado del panorama del cine nacional. Técnicamente, la producción parece cuidada al milímetro y este ojo por el detalle, potenciado por un envoltorio audiovisual que parece parido por el realizador de un programa de tendencias con el sueldo multiplicado, consigue borrar de golpe los prejuicios de los espectadores que asocian el documental con un género plano y poco creativo, incompatible con las piruetas formales. Sólo por eso, un documental como “Yo puta” representa un esfuerzo loable.
Otro de los alicientes del film, la idea de mezclar realidad y ficción, acompañando los testimonios centrales con una leve historia protagonizada por Denise Richards y Daryl Hannah, también era novedoso y arriesgado, aunque al final no acabe de funcionar y ambos tonos se entorpezcan en lugar de fundirse. La joven directora Luna se defiende bastante bien bregando con las dificultades de plantear una estética diferenciada al inveterado programa de telerrealidad y parece divertirse sembrando los artificios y los golpes de efecto que imprimen personalidad al conjunto, pero también lo impregnan de una sensación de frivolidad.
Sin embargo, a la hora de escarbar bajo el ropaje estético, es cuando descubrimos los puntos más flacos del trabajo de Luna. Al igual que en la plomiza “Stranded”, la directora parece querer apabullar al público con un diseño de producción, con la intención de que no descubramos las limitaciones de su discurso ambiguo y caprichoso. Discurso que plantea varias preguntas sin respuesta que no hacen sino confirmar lo endeble de su punto de vista, por no hablar de sus descaradas intenciones comerciales: ¿cómo es posible intentar equiparar prostitución y pornografía contratando a uno de los nombres más importantes de hardcore nacional como supervisor de cásting? ¿es lícito hablar de rigor en la investigación cuando sus propios responsables reconocen haber introducido actores en el 1% de los testimonios, sembrando así la duda de la autenticidad durante todo el metraje? ¿Tienen importancia los brevísimos comentarios de María Jiménez, al margen que la aparición de su nombre en los créditos ayude a potenciar el, ya de por sí abultado, punch comercial del producto?
En resumen, he aquí un producto tan sugerente en la forma como deshonesto (ojo, no reprobable) en el fondo. Una ligera delicatessen, virguera y vacía, diseñada con la intención de no arañar estómagos ni conciencias, que no sólo no se llega a mojar verdaderamente en ningún momento, sino que elude los verdaderos temas de peso centrándose en el mero concepto de la mujer como mercancía en el caos de la sociedad postmoderna. No está mal para ser sólo un juego, pero es insuficiente para el documental riguroso que nos intentan vender.