A pesar de sus cualidades, y de la misma forma que sucedía con su anterior filme, su trama resulta descompensada y, por momentos, vacua.
Según palabras de Wong Kar-Wai, Las cenizas del tiempo, una de sus películas más desconocidas, cuenta con diferentes versiones alrededor del mundo, situación que era necesario rectificar. Para ello, decidió revisitar el proyecto y crear la definitiva. Ahora que el realizador goza de renombre internacional, podía permitirse semejante empresa, aportando nuevas escenas, giros narrativos inexistentes en su versión primigenia, efectos especiales añadidos y una nueva banda sonora sospechosamente parecida a la compuesta para su celebrada 2046.
Para entender el verdadero significado del nuevo estreno de Kar-Wai cabe recorrer en sentido inverso catorce años en los que el maestro nos ha ofrecido siete largometrajes, si contamos la primera versión de la obra que hoy nos ocupa, y un episodio para el tríptico Eros. Porque Ashes of time Redux tiene el valor añadido, además de las virtudes y defectos que el espectador pueda extraer, de funcionar como prólogo y epílogo de las obras cumbre que ha rodado su creador. Contiene todo lo que encontraríamos en los filmes posteriores a 1994 y, al mismo tiempo, parece querer condensar todo lo que ha dado de sí su filmografía hasta ahora.
Ashes of time Redux parece, además, la consecuencia lógica, después de su incursión en lares norteamericanos con My blueberry nights. Y lo es, por paradójico que resulte. Ambas presentan un desfile de personajes torturados por el desamor, que vagan sin aliento, casi inertes. Son caracteres que permanecen heridos por la impronta de un amor del pasado que les dejó anclados en algun lugar de la memoria, y que, a resultas, han perdido toda identidad y toda fuerza. Leslie Cheung, malogrado actor hongkonés, encarna el centro neurálgico de todas las emociones perdidas. Alrededor de él se articula una historia condenada por la fatalidad, en la que sus actores son extrañamente acariciados por la mirada de su marionetista. Kar-Wai desplega con ellos todo su potencial dramático creando unos personajes que parecen no tener pasado ni futuro, ya que a ninguno de ellos les importa su destino.
Por supuesto, Kar-Wai nos vuelve a catapultar hacia su particular microcosmos de sobrecogedora belleza, imágenes poderosas y una peculiar deconstrucción cronológica que atrapa al espectador desde su primer fotograma hasta su revelador final. Conjuga sus romances con el desarrollo de una coreografía impecable de artes marciales que bien podrían considerarse antecedente de filmes como Tigre y dragón o Hero, aunque también podrían erigirse como su resultado. El conjunto destaca por su delicadeza y sus emociones que la dotan de un hipnótico poder.
A pesar de todo ello, y de la misma forma que sucedía con su anterior filme, su trama resulta descompensada y, por momentos, vacua. El laberintíco estado mental de sus personajes y la asociación de ideas incorpóreas de la que hace gala el filme provoca la desorientación momentánea del patio de butacas. El realizador afortunadamente sabe devolvernos al camino trazado para desandar lo andado y descubrir una compleja estructura de malabarismos narrativos. Kar-Wai es un artífice de los sentidos y tiene el poder de sumergir al espectador en un universo único. Y él lo sabe.