Sus dos horas de duración supone un eficaz anuncio de juguetes.
Una vez se ha demostrado que los Transformers podían tener su espacio entre los consumidores de cine, parecía lógico que otra línea de juguetes cuya carrera transcurrió en paralelo a la de los robots metamorfos durante buena parte de los años 80 –longevas series de cómic, populares adaptaciones televisivas, etc.–, y asimismo pertenecientes a la empresa Hasbro, disfrutara tarde o temprano de su oportunidad para deleitar a las masas devoradoras de blockbusters veraniegos (y de las toneladas de palomitas que vienen con ellos).
G.I. Joe nos narra el enfrentamiento entre una fuerza especial de élite del ejército norteamericano y una organización terrorista en ciernes que pretende usar una tecnología muy avanzada como parte del engranaje para llevar a cabo sus malvados planes de dominación mundial.
Lo que el film nos ofrece es un típico choque entre héroes y villanos que no deja entrever ni un resquicio de gris intermedio, y que a lo largo de sus dos horas de duración supone un eficaz anuncio de juguetes, promocionando una renovada gama de los mismos a base de otorgar los minutos justos de lucimiento a todos y cada uno de los personajes, vehículos y aparatos diversos.
Tras las cámaras se halla un Stephen Sommers de cuya firma –tras dirigir las dos primeras entregas de La momia y aquel disparate llamado Van Helsing– nos estaríamos engañando si esperáramos ver surgir una película de arte y ensayo. El realizador se ha planteado el título que aquí nos ocupa como una especie de película de James Bond protagonizada por soldados poco convencionales, y eso se nota en que, además de todos los artilugios que podemos ver en acción, los protagonistas van dando tumbos por diversas localizaciones supuestamente exóticas del globo terráqueo.
Consciente de su vacío argumental, y de que difícilmente la trama moverá a algún espectador a profundas reflexiones vitales, la cinta se entrega desde el inicio a una acción trepidante y acelerada que no deja pensar en nada que no sean los disparos, explosiones, persecuciones, combates y, en definitiva, en la apabullante utilización de los efectos especiales y visuales para engatusar a las masas adictas a las grandes producciones veraniegas, que tan pocas neuronas requieren. Y que retumben los altavoces de la sala.
En cuanto al respeto por los juguetes o el cómic, la historia se toma muchas licencias y se sitúa varios años en el futuro, para así poder justificar el uso de los nanorobots que ponen en peligro a la humanidad, o para que los héroes usen unos trajes aceleradores que en ningún momento hacían acto de presencia en las fuentes originales.
Aparte de la inspiración en James Bond, la recta final de G.I. Joe se entrega sin rubor a la copia de esquemas ya vistos en la saga de Star Wars. La acción transcurre en tres escenarios distintos, mientras los protagonistas intentan desactivar el plan de sus oponentes, y todos ellos nos remiten al universo creado por George Lucas: ahí están el ataque a la Estrella de la Muerte, el combate con sables entre columnas de maquinaria diabólica, las persecuciones entre vehículos futuristas... El espectador al final ya no sabe si por error nos están proyectando algún rollo de metraje de La amenaza fantasma.
Quienes quieran tumbarla sin concesiones sólo necesitarán de la insensata persecución por las calles de París para lograr desacreditarla. Ahí tenemos un compendio muy representativo de la acción descerebrada, los daños masivos a la propiedad pública y privada –absolutamente todo es susceptible de estallar– y los intentos de humor que no llevan a ninguna parte. Por cierto, se intenta dar emoción a un momento que en el tráiler se nos muestra enseguida y cuya incertidumbre en la cinta se quiere mantener hasta la hora exacta de proyección (una pista en dos palabras, por si alguien no cae: Torre Eiffel).
Pese a todo, y echando mano de las odiosas pero necesarias comparaciones, G.I. Joe logra ser más defendible como producto perecedero de temporada que la excesiva Transformers: La venganza de los caídos, ya que al menos en este caso no cuesta demasiado llegar hasta los títulos de crédito finales. Aunque apenas unas horas después cueste acordarse de qué hemos visto exactamente en la pantalla, y sólo nos quede una vaga noción de que el desenlace deja la puerta abierta para una secuela de la misma.